“Aquí y ahora” es la
máxima que rige buena parte de nuestro modo de vida. Si hay dinero y
hay un deseo, el famoso meme “shut up and take mi money!” se hace
cómicamente real. El problema en este juego es que de entre todas
las cosas susceptibles de ser comparadas, hay un grupo de cosas cuya
compra, si resulta posible, resulta a través de un sucedáneo
envuelto en plástico. Es posible que con dinero, el envoltorio y el
propio producto aparezcan presuntamente personalizados, libres de
riesgos, previsibles, controlados y eficientes. Estarán tan
perfectamente imbuidos de los valores del mercado de lo
comprable que los productos se nos antojarán perfectos. Sin embargo,
un sucedáneo es siempre eso, un sustituto, una suerte de paliativo
que no termina con la fuente del problema. De hecho, la industria de
la mercadotecnia suele dedicar muchos esfuerzos en que no detectemos
el desplazamiento cada vez más acusado hacia los valores del
control, la previsibilidad y la eficiencia en sus productos (que se
destinan a su vez al control, la previsibilidad y a la eficiencia de
sus destinatarios), pero ocurre que al tratar del tema de los
afectos y el contacto sexual, la comunicación y el intercambio, el
sucedáneo paliativo resulta tan manifiestamente protésico que la
condena al más miserable de los vacíos que se hace al sujeto asusta.
Los valores del mercado
se han hecho lo suficientemente fuertes como para que el hedonismo y
la satisfacción personal tengan que convivir con la eficiencia y el
disfrute inmediato que mueve la maquinaria del consumo, lo que supone
en el campo de las relaciones personales un auténtico cóctel de
vacío. Las gentes quieren satisfacción inmediata en un campo, el
campo de los afectos, en el que los riesgos, las asperezas y el miedo
son lo normal en dicho campo. Miedo a la pérdida, a la aceptación, al dolor, al
despecho, miedo a la insatisfacción, a las ataduras y a la privación
de libertad. Los miedos son legítimos y diría que connaturales a
los afectos. Hasta la llegada de los productos y la maquinaria de la
mercadotecnia a este ámbito, la afectividad solía encararse
enfrentando la complicada maraña sentimental que nos unía y nos
desunía con las herramientas que teníamos: nuestros propios
afectos, razones y sentimientos y nuestra voluntad comunicativa. Ahora irrumpen los valores de control
y eficiencia y con ellos prótesis emocionales y sexuales: irrupción de toda clase de géneros porno,
“vegetarianismo sexual”, parejas vacías, hentai y
burbujas virtuales, prostitución gourmet, mercantilización de
fantasías, juguetes sexuales de disfrute en solitario y en suma, control y eficiencia en los placeres y destierro afectivo. El mensaje
está latiendo por debajo: los afectos deben ser domados y
controlados, sin importar el precio a pagar. Ante nuevo mandato mercantil, la pregunta clave
es cómo domar lo que es esencialmente indomesticable. El sucedáneo de respuesta por parte de los creadores del imperativo son los productos y la deshumanización del contacto personal:
“compre nuestras prótesis y realice su ortopedia sentimental. No
se implique con nadie y no haga caso de las llamadas del otro, no sea
vaya a lastimarse”. Cada asentimiento, cada paso en ese sentido
introduce en la conciencia colectiva más tolerancia al control y más
virulencia en los mensajes futuros destinados ese fin. La importante cucaracha que conviene recordar y que convive con nosotros y nos recuerda nuestras contradicciones,
viene a recordarnos que las pasiones, las emociones y los afectos,
son a la vez nuestro triunfo y nuestra caída. En suma, una fuente de alegrías
pero también de tristezas. Es este último aspecto el que la
industria aprovecha metiendo el dedo en la llaga y elevando a
hipérbole los riesgos, haciéndonos esclavos de nuestros propios
miedos para después, colgados de sus productos y absorbidos
por los valores del control y la eficiencia, transformarnos en robots
sentimentales acostumbrados a procedimientos que, obviamente, tienen
que ver con el control y si es posible, con el consumo. En este
sentido resulta paradójico que las Love dolls japonesas,
aparte de tener el término “love” en su denominación, mantengan
todavía aspecto humano, ya que en principio su objetivo es hacernos
olvidar las tensiones afectivas que subyacen al contacto personal y
sexual. De hecho, si la mercantilización del sexo y de las relaciones
humanas sigue su curso con el ritmo y la eficacia que se lleva en
Japón, la vanguardia son los tenga: un bote con un agujero y
gel lubricante dentro.
Con todo, no creo que sea
necesario necesario recurrir a ninguno de los productos del mercado
del sexo seguro, controlado y privado de desagradables sorpresas
afectivas para encontrarse jugando a este juego. En el momento en el
que el control ansioso se instala en los sentimientos, estos
productos ya están con nosotros, instalados en nuestra conciencia,
colonizando con miedo (en este caso hiperbólico e insoportable)
nuestra afectividad, condenándonos a ser neutrinos emocionales. En
el documental El imperio de los “sin
sexo”, el presidente de Tenga, en una escena no exenta de cierto patetismo y a través de
unas pocas frases, expresa poderosas intuiciones que forman las
contradicciones y los terrores emocionales que llevan a que esta
“nueva afectividad” proclamada tenga éxito a nivel material y a
nivel emocional:
Tenga no substituye a la sexualidad. Es un instrumento de masturbación masculina fruto de numerosas investigaciones para tratar de maximizar el placer masculino. No hemos querido imitar una vagina. Tenga es un objeto higiénico, nada peligroso.
El
lenguaje está cargado del código de la publicidad y de la gran
empresa. Primero encontramos el mensaje de bienvenida y de “sacudida
de responsabilidades”: posiblemente tenga
no esté pensado en substituir a la sexualidad, pero de hecho, tenga
es un objeto sexual que de hecho parasita el espacio de la sexualidad
como suele entender. De hecho, las cifras de venta de tengas
solo suben, y eso es lo que importa para la empresa. En cualquier caso, las palabras
que reflejan las paradojas que mencionamos están en la triada “placer”, “vagina” y “peligro”. Es cierto que todo el
mundo querría correrse y disfrutar del sexo maximizando los
placeres y minimizando los sobresaltos. El problema no es este, sino
el retrato del sujeto al que van dirigidos estos mensajes y el poso
que subyace en ellos. Ese sujeto es un ser al que se le presenta el
universo afectivo como algo agresivo y angustiante al que tiene que
hacer frente mediante una individualidad hedonista y cerrada. Esta
imagen se cultiva a través de la repetición hasta el hastío de
mensajes cargados de miedo y ansiedad, propios de la industria de la
cultura y la mercadotecnia. La higiene y las prótesis se cuelan en
nuestra sexualidad por medio de una imagen de nuestra afectividad
deformada a partir de nuestros miedos, que sume al sujeto en una
soledad y amargura que le lleva de las prótesis emocionales a las
prótesis sexuales. Pagar, quitar el envoltorio de plástico, destapar, abrir, meter.
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