viernes, 25 de mayo de 2012

Ortopedia sentimental




“Aquí y ahora” es la máxima que rige buena parte de nuestro modo de vida. Si hay dinero y hay un deseo, el famoso meme “shut up and take mi money!” se hace cómicamente real. El problema en este juego es que de entre todas las cosas susceptibles de ser comparadas, hay un grupo de cosas cuya compra, si resulta posible, resulta a través de un sucedáneo envuelto en plástico. Es posible que con dinero, el envoltorio y el propio producto aparezcan presuntamente personalizados, libres de riesgos, previsibles, controlados y eficientes. Estarán tan perfectamente imbuidos de los valores del mercado de lo comprable que los productos se nos antojarán perfectos. Sin embargo, un sucedáneo es siempre eso, un sustituto, una suerte de paliativo que no termina con la fuente del problema. De hecho, la industria de la mercadotecnia suele dedicar muchos esfuerzos en que no detectemos el desplazamiento cada vez más acusado hacia los valores del control, la previsibilidad y la eficiencia en sus productos (que se destinan a su vez al control, la previsibilidad y a la eficiencia de sus destinatarios), pero ocurre que al tratar del tema de los afectos y el contacto sexual, la comunicación y el intercambio, el sucedáneo paliativo resulta tan manifiestamente protésico que la condena al más miserable de los vacíos que se hace al sujeto asusta.

Los valores del mercado se han hecho lo suficientemente fuertes como para que el hedonismo y la satisfacción personal tengan que convivir con la eficiencia y el disfrute inmediato que mueve la maquinaria del consumo, lo que supone en el campo de las relaciones personales un auténtico cóctel de vacío. Las gentes quieren satisfacción inmediata en un campo, el campo de los afectos, en el que los riesgos, las asperezas y el miedo son lo normal en dicho campo. Miedo a la pérdida, a la aceptación, al dolor, al despecho, miedo a la insatisfacción, a las ataduras y a la privación de libertad. Los miedos son legítimos y diría que connaturales a los afectos. Hasta la llegada de los productos y la maquinaria de la mercadotecnia a este ámbito, la afectividad solía encararse enfrentando la complicada maraña sentimental que nos unía y nos desunía con las herramientas que teníamos: nuestros propios afectos, razones y sentimientos y nuestra voluntad comunicativa. Ahora irrumpen los valores de control y eficiencia y con ellos prótesis emocionales y sexuales: irrupción de toda clase de géneros porno, “vegetarianismo sexual”, parejas vacías, hentai y burbujas virtuales, prostitución gourmet, mercantilización de fantasías, juguetes sexuales de disfrute en solitario y en suma, control y eficiencia en los placeres y destierro afectivo. El mensaje está latiendo por debajo: los afectos deben ser domados y controlados, sin importar el precio a pagar. Ante nuevo mandato mercantil, la pregunta clave es cómo domar lo que es esencialmente indomesticable. El sucedáneo de respuesta por parte de los creadores del imperativo son los productos y la deshumanización del contacto personal: “compre nuestras prótesis y realice su ortopedia sentimental. No se implique con nadie y no haga caso de las llamadas del otro, no sea vaya a lastimarse”. Cada asentimiento, cada paso en ese sentido introduce en la conciencia colectiva más tolerancia al control y más virulencia en los mensajes futuros destinados ese fin. La importante cucaracha que conviene recordar y que convive con nosotros y nos recuerda nuestras contradicciones, viene a recordarnos que las pasiones, las emociones y los afectos, son a la vez nuestro triunfo y nuestra caída. En suma, una fuente de alegrías pero también de tristezas. Es este último aspecto el que la industria aprovecha metiendo el dedo en la llaga y elevando a hipérbole los riesgos, haciéndonos esclavos de nuestros propios miedos para después, colgados de sus productos y absorbidos por los valores del control y la eficiencia, transformarnos en robots sentimentales acostumbrados a procedimientos que, obviamente, tienen que ver con el control y si es posible, con el consumo. En este sentido resulta paradójico que las Love dolls japonesas, aparte de tener el término “love” en su denominación, mantengan todavía aspecto humano, ya que en principio su objetivo es hacernos olvidar las tensiones afectivas que subyacen al contacto personal y sexual. De hecho, si la mercantilización del sexo y de las relaciones humanas sigue su curso con el ritmo y la eficacia que se lleva en Japón, la vanguardia son los tenga: un bote con un agujero y gel lubricante dentro.

Con todo, no creo que sea necesario necesario recurrir a ninguno de los productos del mercado del sexo seguro, controlado y privado de desagradables sorpresas afectivas para encontrarse jugando a este juego. En el momento en el que el control ansioso se instala en los sentimientos, estos productos ya están con nosotros, instalados en nuestra conciencia, colonizando con miedo (en este caso hiperbólico e insoportable) nuestra afectividad, condenándonos a ser neutrinos emocionales. En el documental El imperio de los sin sexo”, el presidente de Tenga, en una escena no exenta de cierto patetismo y a través de unas pocas frases, expresa poderosas intuiciones que forman las contradicciones y los terrores emocionales que llevan a que esta “nueva afectividad” proclamada tenga éxito a nivel material y a nivel emocional:

Tenga no substituye a la sexualidad. Es un instrumento de masturbación masculina fruto de numerosas investigaciones para tratar de maximizar el placer masculino. No hemos querido imitar una vagina. Tenga es un objeto higiénico, nada peligroso.

El lenguaje está cargado del código de la publicidad y de la gran empresa. Primero encontramos el mensaje de bienvenida y de “sacudida de responsabilidades”: posiblemente tenga no esté pensado en substituir a la sexualidad, pero de hecho, tenga es un objeto sexual que de hecho parasita el espacio de la sexualidad como suele entender. De hecho, las cifras de venta de tengas solo suben, y eso es lo que importa para la empresa. En cualquier caso, las palabras que reflejan las paradojas que mencionamos están en la triada “placer”, “vagina” y “peligro”. Es cierto que todo el mundo querría correrse y disfrutar del sexo maximizando los placeres y minimizando los sobresaltos. El problema no es este, sino el retrato del sujeto al que van dirigidos estos mensajes y el poso que subyace en ellos. Ese sujeto es un ser al que se le presenta el universo afectivo como algo agresivo y angustiante al que tiene que hacer frente mediante una individualidad hedonista y cerrada. Esta imagen se cultiva a través de la repetición hasta el hastío de mensajes cargados de miedo y ansiedad, propios de la industria de la cultura y la mercadotecnia. La higiene y las prótesis se cuelan en nuestra sexualidad por medio de una imagen de nuestra afectividad deformada a partir de nuestros miedos, que sume al sujeto en una soledad y amargura que le lleva de las prótesis emocionales a las prótesis sexuales. Pagar, quitar el envoltorio de plástico, destapar, abrir, meter.



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