No soy muy dado a esos discursos que
proclaman que “la historia se repite” y que ahora, en tiempos
aciagos, están tan fuertes. Precisamente por el hecho de que
contamos la historia y que al hacerlo se sucedan unos momentos a
otros podemos decir que no hay repetición alguna. De otro modo, lo
que habría sería una única historia, contada en todos los
momentos, lo cual sería
una farsa condenada al fracaso que obligaría constantemente a
falsear la actualidad. En este punto, me siento tentado a decir que
aun hoy, hay gentes empeñadas contar, creer y descubrir “el gran
relato del mundo” que daría cuenta de toda situación en todo
momento. T.Adorno tenía para esto un nombre: delirio.
Lo cierto es que nuestra cultura moral
y nuestra concepción del tiempo nos impiden pensar que las cosas
vuelven a pasar tal cual. Procuramos no mezclar el pasado con
el futuro porque esas primitivas nociones nos han ayudado a ordenar
las cosas espacio-temporalmente para intentar mejorar o, simplemente,
para no repetir errores. Y es que en el fondo de nuestro imaginario
cultural subyace la idea de que por mucha influencia el pasado tenga
en nosotros, creemos que el futuro no está escrito en ninguna parte,
aunque a veces, encontremos similitudes. De hecho, todo cuanto
podemos hacer es establecer relaciones, paralelismos y analogías
para comprender, a través de un diálogo entre el presente y el
pasado, qué es lo que podría ocurrir en un futuro. Esto sin
embargo, no implica en absoluto que un momento sea igual a otro en el
tiempo. Alguien podría aducir que en “el fondo, esencialmente o en
su estructura profunda” un momento es igual a otro, de modo que
sería cierto que la historia se repetiría. Aquí encontramos, otra
vez, la piel de plátano del delirio que señalaba Adorno,
volviendo de manera astuta de a sombra. El término igual
es la piel de plátano que nos hace fundir pasado, presente y futuro
bajo el paraguas de alguna brillante teoría o lo que es peor, bajo
un eslogan político. Si a nuestro interlocutor le pedimos que
substituya la palabra igual por
como, la fusión ha
quedado dilapidada y nos encontramos de nuevo con un ejercicio de
comprensión, interpretación y relación, no con el delirio de la
causalidad unidireccional y ciega que no atiende más que a los
términos de la gran historia y menos a la materia de las
suposiciones, que no es otra cosa que la actualidad, con sus
múltiples rostros y contornos.
Con
todo, el metarrelato es sugerente porque es en el fondo simple (con
el permiso de Hegel y Heidegger). Con unas pocas ideas es posible dar
cuenta del caos de la actualidad y estar en posesión de la más
absoluta de las verdades, del criterio más fuerte de discriminación
entre lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Por ese motivo, el
descrédito del gran relato no ha terminado de fraguarse y las
imposturas de oradores inflamados de odio y radicalismo están ahora
tan en boga y con ellos, sus extrañas identidades y fusiones
históricas y su empeño en acomodar la actualidad para extender el
delirio allá por donde pasan. Es en estos tiempos complicados, llenos de angustia y prisa, cuando suele
faltar la agudeza para distinguir el delirio de la brillantez, la analogía del brochazo gordo y al aprendiz de caudillo del verdadero intelectual.
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