domingo, 20 de mayo de 2012

De delirios de grandeza, historia y relatos

No soy muy dado a esos discursos que proclaman que “la historia se repite” y que ahora, en tiempos aciagos, están tan fuertes. Precisamente por el hecho de que contamos la historia y que al hacerlo se sucedan unos momentos a otros podemos decir que no hay repetición alguna. De otro modo, lo que habría sería una única historia, contada en todos los momentos, lo cual sería una farsa condenada al fracaso que obligaría constantemente a falsear la actualidad. En este punto, me siento tentado a decir que aun hoy, hay gentes empeñadas contar, creer y descubrir “el gran relato del mundo” que daría cuenta de toda situación en todo momento. T.Adorno tenía para esto un nombre: delirio.

Lo cierto es que nuestra cultura moral y nuestra concepción del tiempo nos impiden pensar que las cosas vuelven a pasar tal cual. Procuramos no mezclar el pasado con el futuro porque esas primitivas nociones nos han ayudado a ordenar las cosas espacio-temporalmente para intentar mejorar o, simplemente, para no repetir errores. Y es que en el fondo de nuestro imaginario cultural subyace la idea de que por mucha influencia el pasado tenga en nosotros, creemos que el futuro no está escrito en ninguna parte, aunque a veces, encontremos similitudes. De hecho, todo cuanto podemos hacer es establecer relaciones, paralelismos y analogías para comprender, a través de un diálogo entre el presente y el pasado, qué es lo que podría ocurrir en un futuro. Esto sin embargo, no implica en absoluto que un momento sea igual a otro en el tiempo. Alguien podría aducir que en “el fondo, esencialmente o en su estructura profunda” un momento es igual a otro, de modo que sería cierto que la historia se repetiría. Aquí encontramos, otra vez, la piel de plátano del delirio que señalaba Adorno, volviendo de manera astuta de a sombra. El término igual es la piel de plátano que nos hace fundir pasado, presente y futuro bajo el paraguas de alguna brillante teoría o lo que es peor, bajo un eslogan político. Si a nuestro interlocutor le pedimos que substituya la palabra igual por como, la fusión ha quedado dilapidada y nos encontramos de nuevo con un ejercicio de comprensión, interpretación y relación, no con el delirio de la causalidad unidireccional y ciega que no atiende más que a los términos de la gran historia y menos a la materia de las suposiciones, que no es otra cosa que la actualidad, con sus múltiples rostros y contornos.

Con todo, el metarrelato es sugerente porque es en el fondo simple (con el permiso de Hegel y Heidegger). Con unas pocas ideas es posible dar cuenta del caos de la actualidad y estar en posesión de la más absoluta de las verdades, del criterio más fuerte de discriminación entre lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Por ese motivo, el descrédito del gran relato no ha terminado de fraguarse y las imposturas de oradores inflamados de odio y radicalismo están ahora tan en boga y con ellos, sus extrañas identidades y fusiones históricas y su empeño en acomodar la actualidad para extender el delirio allá por donde pasan. Es en estos tiempos complicados, llenos de angustia y prisa, cuando suele faltar la agudeza para distinguir el delirio de la brillantez, la analogía del brochazo gordo y al aprendiz de caudillo del verdadero intelectual.

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