<<En todo amor hay al menos
dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación
del otro. Es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino,
ese inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir
o conjurar, de apresurar o detener. Amar significa abrirle la puerta
a ese destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que
el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyo
elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en
última instancia, da libertad al ser: esa libertad que está
encarnada en el Otro, el compañero en el amor. Como lo expresa Erich
Fromm: “En el amor individual no se encuentra satisfacción sin
verdadera humildad, coraje, fe y disciplina”; y luego agrega
tristemente que “en una cultura en la que esas cualidades son
raras, la conquista de la capacidad de amar será necesariamente un
raro logro”.
Y lo mismo ocurre en una cultura de
consumo como la nuestra, partidaria de los productos listos para uso
inmediato, las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea,
los resultados que no requieran esfuerzos prolongados, las recetas
infalibles, los seguros contra todo riesgo y garantías de devolución
del dinero. La promesa de aprender el arte de amar es la promesa
(falsa, engañosa, pero inspiradora del profundo deseo de que sea
verdadera) de lograr “experiencia en el amor” como si se tratara
de cualquier otra mercancía. Seduce y atrae con su ostentación de
esas características porque supone deseo sin espera, esfuerzo sin
sudor y resultados sin esfuerzo.
Sin humildad y coraje no hay amor. Se
requieren ambas cualidades, e cantidades enormes y constantemente
renovadas, cada vez que uno entra en un territorio inexplorado y sin
mapas, y cuando se produce el amor entre dos o más seres humanos,
éstos se internan inevitablemente en un terreno desconocido>>.
“Aquí y ahora” es la
máxima que rige buena parte de nuestro modo de vida. Si hay dinero y
hay un deseo, el famoso meme “shut up and take mi money!” se hace
cómicamente real. El problema en este juego es que de entre todas
las cosas susceptibles de ser comparadas, hay un grupo de cosas cuya
compra, si resulta posible, resulta a través de un sucedáneo
envuelto en plástico. Es posible que con dinero, el envoltorio y el
propio producto aparezcan presuntamente personalizados, libres de
riesgos, previsibles, controlados y eficientes. Estarán tan
perfectamente imbuidos de los valores del mercado de lo
comprable que los productos se nos antojarán perfectos. Sin embargo,
un sucedáneo es siempre eso, un sustituto, una suerte de paliativo
que no termina con la fuente del problema. De hecho, la industria de
la mercadotecnia suele dedicar muchos esfuerzos en que no detectemos
el desplazamiento cada vez más acusado hacia los valores del
control, la previsibilidad y la eficiencia en sus productos (que se
destinan a su vez al control, la previsibilidad y a la eficiencia de
sus destinatarios), pero ocurre que al tratar del tema de los
afectos y el contacto sexual, la comunicación y el intercambio, el
sucedáneo paliativo resulta tan manifiestamente protésico que la
condena al más miserable de los vacíos que se hace al sujeto asusta.
Los valores del mercado
se han hecho lo suficientemente fuertes como para que el hedonismo y
la satisfacción personal tengan que convivir con la eficiencia y el
disfrute inmediato que mueve la maquinaria del consumo, lo que supone
en el campo de las relaciones personales un auténtico cóctel de
vacío. Las gentes quieren satisfacción inmediata en un campo, el
campo de los afectos, en el que los riesgos, las asperezas y el miedo
son lo normal en dicho campo. Miedo a la pérdida, a la aceptación, al dolor, al
despecho, miedo a la insatisfacción, a las ataduras y a la privación
de libertad. Los miedos son legítimos y diría que connaturales a
los afectos. Hasta la llegada de los productos y la maquinaria de la
mercadotecnia a este ámbito, la afectividad solía encararse
enfrentando la complicada maraña sentimental que nos unía y nos
desunía con las herramientas que teníamos: nuestros propios
afectos, razones y sentimientos y nuestra voluntad comunicativa. Ahora irrumpen los valores de control
y eficiencia y con ellos prótesis emocionales y sexuales: irrupción de toda clase de géneros porno,
“vegetarianismo sexual”, parejas vacías, hentai y
burbujas virtuales, prostitución gourmet, mercantilización de
fantasías, juguetes sexuales de disfrute en solitario y en suma, control y eficiencia en los placeres y destierro afectivo. El mensaje
está latiendo por debajo: los afectos deben ser domados y
controlados, sin importar el precio a pagar. Ante nuevo mandato mercantil, la pregunta clave
es cómo domar lo que es esencialmente indomesticable. El sucedáneo de respuesta por parte de los creadores del imperativo son los productos y la deshumanización del contacto personal:
“compre nuestras prótesis y realice su ortopedia sentimental. No
se implique con nadie y no haga caso de las llamadas del otro, no sea
vaya a lastimarse”. Cada asentimiento, cada paso en ese sentido
introduce en la conciencia colectiva más tolerancia al control y más
virulencia en los mensajes futuros destinados ese fin. La importante cucaracha que conviene recordar y que convive con nosotros y nos recuerda nuestras contradicciones,
viene a recordarnos que las pasiones, las emociones y los afectos,
son a la vez nuestro triunfo y nuestra caída. En suma, una fuente de alegrías
pero también de tristezas. Es este último aspecto el que la
industria aprovecha metiendo el dedo en la llaga y elevando a
hipérbole los riesgos, haciéndonos esclavos de nuestros propios
miedos para después, colgados de sus productos y absorbidos
por los valores del control y la eficiencia, transformarnos en robots
sentimentales acostumbrados a procedimientos que, obviamente, tienen
que ver con el control y si es posible, con el consumo. En este
sentido resulta paradójico que las Love dolls japonesas,
aparte de tener el término “love” en su denominación, mantengan
todavía aspecto humano, ya que en principio su objetivo es hacernos
olvidar las tensiones afectivas que subyacen al contacto personal y
sexual. De hecho, si la mercantilización del sexo y de las relaciones
humanas sigue su curso con el ritmo y la eficacia que se lleva en
Japón, la vanguardia son los tenga: un bote con un agujero y
gel lubricante dentro.
Con todo, no creo que sea
necesario necesario recurrir a ninguno de los productos del mercado
del sexo seguro, controlado y privado de desagradables sorpresas
afectivas para encontrarse jugando a este juego. En el momento en el
que el control ansioso se instala en los sentimientos, estos
productos ya están con nosotros, instalados en nuestra conciencia,
colonizando con miedo (en este caso hiperbólico e insoportable)
nuestra afectividad, condenándonos a ser neutrinos emocionales. En
el documental El imperio de los “sin
sexo”, el presidente de Tenga, en una escena no exenta de cierto patetismo y a través de
unas pocas frases, expresa poderosas intuiciones que forman las
contradicciones y los terrores emocionales que llevan a que esta
“nueva afectividad” proclamada tenga éxito a nivel material y a
nivel emocional:
Tenga
no substituye a la sexualidad. Es un instrumento de masturbación
masculina fruto de numerosas investigaciones para tratar de maximizar
el placer masculino. No hemos querido imitar una vagina. Tenga es un
objeto higiénico, nada peligroso.
El
lenguaje está cargado del código de la publicidad y de la gran
empresa. Primero encontramos el mensaje de bienvenida y de “sacudida
de responsabilidades”: posiblemente tenga
no esté pensado en substituir a la sexualidad, pero de hecho, tenga
es un objeto sexual que de hecho parasita el espacio de la sexualidad
como suele entender. De hecho, las cifras de venta de tengas
solo suben, y eso es lo que importa para la empresa. En cualquier caso, las palabras
que reflejan las paradojas que mencionamos están en la triada “placer”, “vagina” y “peligro”. Es cierto que todo el
mundo querría correrse y disfrutar del sexo maximizando los
placeres y minimizando los sobresaltos. El problema no es este, sino
el retrato del sujeto al que van dirigidos estos mensajes y el poso
que subyace en ellos. Ese sujeto es un ser al que se le presenta el
universo afectivo como algo agresivo y angustiante al que tiene que
hacer frente mediante una individualidad hedonista y cerrada. Esta
imagen se cultiva a través de la repetición hasta el hastío de
mensajes cargados de miedo y ansiedad, propios de la industria de la
cultura y la mercadotecnia. La higiene y las prótesis se cuelan en
nuestra sexualidad por medio de una imagen de nuestra afectividad
deformada a partir de nuestros miedos, que sume al sujeto en una
soledad y amargura que le lleva de las prótesis emocionales a las
prótesis sexuales. Pagar, quitar el envoltorio de plástico, destapar, abrir, meter.
No soy muy dado a esos discursos que
proclaman que “la historia se repite” y que ahora, en tiempos
aciagos, están tan fuertes. Precisamente por el hecho de que
contamos la historia y que al hacerlo se sucedan unos momentos a
otros podemos decir que no hay repetición alguna. De otro modo, lo
que habría sería una única historia, contada en todos los
momentos, lo cual sería
una farsa condenada al fracaso que obligaría constantemente a
falsear la actualidad. En este punto, me siento tentado a decir que
aun hoy, hay gentes empeñadas contar, creer y descubrir “el gran
relato del mundo” que daría cuenta de toda situación en todo
momento. T.Adorno tenía para esto un nombre: delirio.
Lo cierto es que nuestra cultura moral
y nuestra concepción del tiempo nos impiden pensar que las cosas
vuelven a pasar tal cual. Procuramos no mezclar el pasado con
el futuro porque esas primitivas nociones nos han ayudado a ordenar
las cosas espacio-temporalmente para intentar mejorar o, simplemente,
para no repetir errores. Y es que en el fondo de nuestro imaginario
cultural subyace la idea de que por mucha influencia el pasado tenga
en nosotros, creemos que el futuro no está escrito en ninguna parte,
aunque a veces, encontremos similitudes. De hecho, todo cuanto
podemos hacer es establecer relaciones, paralelismos y analogías
para comprender, a través de un diálogo entre el presente y el
pasado, qué es lo que podría ocurrir en un futuro. Esto sin
embargo, no implica en absoluto que un momento sea igual a otro en el
tiempo. Alguien podría aducir que en “el fondo, esencialmente o en
su estructura profunda” un momento es igual a otro, de modo que
sería cierto que la historia se repetiría. Aquí encontramos, otra
vez, la piel de plátano del delirio que señalaba Adorno,
volviendo de manera astuta de a sombra. El término igual
es la piel de plátano que nos hace fundir pasado, presente y futuro
bajo el paraguas de alguna brillante teoría o lo que es peor, bajo
un eslogan político. Si a nuestro interlocutor le pedimos que
substituya la palabra igual por
como, la fusión ha
quedado dilapidada y nos encontramos de nuevo con un ejercicio de
comprensión, interpretación y relación, no con el delirio de la
causalidad unidireccional y ciega que no atiende más que a los
términos de la gran historia y menos a la materia de las
suposiciones, que no es otra cosa que la actualidad, con sus
múltiples rostros y contornos.
Con
todo, el metarrelato es sugerente porque es en el fondo simple (con
el permiso de Hegel y Heidegger). Con unas pocas ideas es posible dar
cuenta del caos de la actualidad y estar en posesión de la más
absoluta de las verdades, del criterio más fuerte de discriminación
entre lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Por ese motivo, el
descrédito del gran relato no ha terminado de fraguarse y las
imposturas de oradores inflamados de odio y radicalismo están ahora
tan en boga y con ellos, sus extrañas identidades y fusiones
históricas y su empeño en acomodar la actualidad para extender el
delirio allá por donde pasan. Es en estos tiempos complicados, llenos de angustia y prisa, cuando suele
faltar la agudeza para distinguir el delirio de la brillantez, la analogía del brochazo gordo y al aprendiz de caudillo del verdadero intelectual.
La foto que copa la portada de hoy del periódico La Razón desconcierta. Y lo hace básicamente porque uno no sabe si es una estrategia de manipulación brillante o uno de los fiascos periodísiticos más grandes que recuerdo. Démosle algo de tiempo, antes de analizar la vergüenza ajena que produce tomar consciencia de su contenido y su forma y pensemos de manera fría y distanciada. La primera pregunta que me viene a la mente es si estamos ante un fragmento de información. La respuesta llana es que sí: su objetivo es expresar una serie de ideas. Inmediatamente me viene a la mente: “lo que tienes entre las manos tiene una forma y un contenido apestoso y alarmante”. Verdaderamente, tenemos delante un ejemplo de manual de información sesgada o falsa y lo que es incluso peor, un texto y unas imágenes trufadas de falacias dignas de aparecer en los libros de texto de teoría de la argumentación:
a) Falacia ad hominem circunstancial: Toda la primera plana, en general, pretende desacreditar las marchas, protestas y agitación social producto de las actuales visicitudes sociopolíticas y económicas haciendo de estas personas símbolos de las mismas para después atacarlos por sus particulares simpatías y no por la legitimidad de sus protestas y discursos. No hay una sola palabra dedicada a desacreditar sus acciones o sus palabras, sino solo sus filiaciones políticas y sus particulares situaciones personales (ya que, sin ningún tapujo, La razón los llama vagos, lo que es igual según ellos a mentirosos y farsantes). Ni que decir que consultar los perfiles facebook para extraer la información no es el mejor ejemplo de esfuerzo periodístico.
b) Generalización apresurada: Supongamos por un momento que las personas de la primera plana son malos estudiantes. El texto en blanco en el margen derecho realiza el salto retórico de la vergüenza. Y las palabras del director del periódico hoy en Twitter así lo atestiguan: "Buenos días. Confío que la terapia os haya beneficiado. Ahora me pongo a corregir exámenes de jóvenes que si estudian y trabajan” (las faltas de ortografía no son mías, sino suyas). El salto que parece hacerse es el siguiente: "si estos son los cabecillas de las protestas, entonces los estudiantes (cientos de miles) que las secundan son también un atajo de vagos y maleantes". Lo cierto es que este punto, además constituir un ejemplo de retórica barata y manipuladora, es simple y llanamente falso. No sabemos nada de lo buenos o malos estudiantes que son las personas de la portada, sólo sabemos cuándo han acabado sus carreras, lo cual es asunto que atañe sólo a ellos. Casi con toda seguridad han compaginado sus estudios con tareas de representación sindical que seguro pocos agradecen pero de la que muchos se benefician. Aparte quedan cuestiones personales que a ninguno debería importar, a excepción de La Razón, a la que le vale un perfil de facebook y un expediente académico para juzgar a alguien. Si jugamos a ese juego, juguemos todos. Así pues, invito al lector (especialmente al lector apasionado de La Razón) a repasar los expedientes académicos durante el periodo universitario de los principales caudillos del diario.
c) Culpable por asociación: El ejercicio retórico para criminalizar las protestas se encuentra en las palabras mágicas: "izquierdas", "Amaiur" y "PSOE". Como hemos podido leer en el interior del periódico, "Chávez" es otra de las palabras mágicas para dar a entender eso de “dime con quién andas...”, lo que no es sino una muestra del interés por embaucar al lector en contra de un sector de la sociedad por su filiación política y a la vez, desprestigiar la movilización de la ciudadanía sin argumentos de ninguna clase. Una vez más, tenemos que aplaudir el trabajo de investigación de los responsables del periódico, que en un principio ha sido reacio a publicar la fuente, aunque finalmente ha trascendido el nombre facebook.
d) “Enevenenamiento del pozo”: Se sataniza a la totalidad a partir de demostrar que algunos elementos están podridos. De este modo, el pozo entero (los cientos de miles de estudiantes) están automáticamente corrompidos por la presencia de unos pocos. Supongamos que las personas que aparecen mentadas son vagas, maleantes y violentas. ¿Bajo qué criterio estas personas que ocasionalmente ponen cara a las protestas acaban por infectar con sus supuestos vicios a las miles de personas que las acompañan? Además ¿se insinúa con ello que las masas que están junto a ellos son dementes sin cerebro? Lo cierto es que los textos parecen dejarlo entrever: todo el que va a las manifestaciones es un esclavo de estos pequeños aprendices de fürers, y está tan desbocado como ellos. No voy a entrar a valorar cómo las gentes marchan a las manifestaciones ni mucho menos las virtudes o defectos como manifestantes de las personas que aparecen señaladas en el periódico. Me falta información veraz y la verdad, creo que no es necesario defender a nadie aquí. Basta atender a las formas, de modo que sigamos. El ejercicio de satanización no profundiza demasiado en sus historias personales (aunque cita algunos antecedentes policiales, de los que me permito dudar dadas las circunstancias). Más bien está hecho de la manera más burda posible, como queda ejemplificado en el caso de una de las aludidas, que supuestamente trabaja en el ministerio de educación “contra el que protesta”. Estas palabras realmente aturden. Parece como si el ejercicio de la protesta fuera algo propio de subversivos y radicales antisistema. A la luz de esto, uno se pregunta si esta no es esta la clase de retórica que simpatiza con ciertas formas de Estado policial del tipo “obedece”.
Las dudas que planteaba al principio pueden parecer despejadas: la información es como poco sesgada o directamente falsa, y lo que sí es seguro es que se trata de un panfleto y un ejercicio dialéctico ridículo. Pero a pesar de este ejercicio de depuración, surgen otras dudas que, como indicaba, me desconciertan profundamente. Las falacias están al descubierto y son fáciles de identificar. No hay argumentos de peso y al lado de un panfleto electoral con las siglas de un partido y un color el documento es bastante malo... o no. Porque lo cierto en todo esto es que el periódico termina saliendo a la calle y es consumido con la naturalidad con que uno se bebe un café o se tira un pedo. La información así presentada me sigue desconcertando porque la gran pregunta es si esto cala y es capaz de convencer, si esto tiene fuerza para movilizar las conciencias de las gentes. A esto alguien podría decirme: “la gente que lee esto ya está convencida, no necesita leerlo en ninguna parte”. Pero entonces ¿por qué se publica?
El
nombre de la obra puede sonar a broma. Podría hasta resultar goloso
en una tienda friki a rebosar de merchandising. Pero lo cierto es que
Filosofía zombi (Anagrama, 2011) de Jorge Fernandez Gonzalo encierra
algo más que el frikismo por el frikismo propio de la pasión hacia
el mundo zombi que ahora está tan de moda. Sin dejar de ser un
ensayo filosófico influenciado por figuras de la filosofía
postmoderna como Foucault o Derrida, Filosofía zombi logra cruzar
con gran agudeza corrientes filosóficas y consideraciones
sociológicas de gran actualidad con producciones zombis de todo
género (peliculas, videojuegos, comics, novelas...) sin romper el
atractivo morboso y la frescura del zombi por un lado, ni la seriedad
de un ensayo de buena factura por otro.
"Ellos
son nosotros y nosotros somos ellos". La lapidaria frase que
Barbara espeta al ver a los hombres del campamento en el remake de La
noche de los muertos vivientes (1990) podría resultar una buena
síntesis. En el ensayo, el zombi queda habilitado como concepto para
describir las actuales estrategias de control de masas propias de
nuestras sociedades mediatizadas, dar cuenta de las tambaleantes
relaciones twitter-facebook, establecer relaciones entre la masa
ciudadana y la horda zombi y en suma, ser el hilo conductor de una
ontología de la actualidad desde el prisma de nuestro familiar y a la
vez turbador zombi.
Como
aperitivo, os dejo un fragmento (o mejor un "miembro" o un "despojo") del libro:
"El
zombi, por tanto, nos ofrece una no-humanidad cuyo deseo es incapaz
de construirse en el otro. Es un ser enteramente asocial: su única
esperanza consiste en procurarse alimento, y no parará hasta
conseguirlo. El apetito zombi no deja de ser metáfora de los
instintos humanos, deseo sin reservas, sin el código o la castración
como tope para reprimirlo. Deseo y al mismo tiempo miedo al deseo,
miedo a desear y a que el deseo, el apetito, sea mayor que la
humanidad, que la cultura y las construcciones culturales que hemos
interpuesto entre nosotros y las cosas. Por ello, en las producciones
sobre zombis el zombi no desea nada (salvo la expansión y la
saciedad, pero eso ya son cosas del instinto), frente a los hombres,
que desean demasiado, que se traicionan, que se engañan, se asesinan
o se violan, por lo que, finalmente, el zombi cuestionaría desde su
mutismo impertérrito la falsedad del hombre, su doble moral, sus
constantes traiciones mediante las cuales pretende satisfacer sus
deseos, sus ansias de poder".