domingo, 12 de agosto de 2012

γνῶθι σαυτόν (V): situarse en la trama de la vida

"Uno de tantos", J.M

Parece que conforme se ha ido profundizando en la cuestión, se han ido planteando más y más dudas en torno a la autoridad de la primera persona y en torno al autoconocimiento. La intuición de que cada uno de nosotros somos la autoridad más fuerte para hablar de nuestras sensaciones y sentimientos continúa aferrada, pero las teorías que hemos planteado no son capaces de explicar sin fisuras en qué se basa tal autoridad y cómo se construye. El problema de acercarnos al cartesianismo es que la imagen que se dibuja de nuestra intimidad es extremadamente maquinal y no se parece demasiado a lo que en el fondo intuimos que acontece en nuestra conciencia. El sujeto no puede ser solo un espectador. Por este motivo, empezamos a plantear cuestiones relacionadas con la filosofía del lenguaje que al final, han traído nuevos problemas a la cuestión: ¿qué sentido tienen mis estados mentales? ¿Y si pueden significar cualquier cosa?

El constitutivismo, que planteábamos en la anterior entrada, intenta zanjar la cuestión del significado a través de la fijación del sentido de los estados mentales, lo que al final resultó en parte matador, ya que el abismo wittgensteiniano resulta imposible de saltar al pretender una solución de corte platónico al respecto. No es posible aprender un idioma sólo leyendo el diccionario. Es decir, no podremos aprender el sentido de ningún signo si vamos saltando de estipulación a estipulación porque no entendemos ningún signo. De hecho, posiblemente el lector sospeche que nos haya faltado algún elemento importante en el tema de la autoridad de la primera persona y ya esté intuyendo de qué se trata.

En La expresión y lo interno (2010), David Finkelstein critica las posturas que hemos ido desglosando en los anteriores post a la vez que plantea una nueva manera de entender la cuestión de la autoridad de la primera persona. Para Finkelstein, el sujeto cuando está conociéndose a si mismo, lo que hace es expresar su interior, sacarlo a fuera. Es indiferente si verbaliza o no lo que lleva dentro, lo que importa es que de alguna manera se está diciendo a si mismo o a otros lo que siente. Cambiar expresar por constituir no es sólo una cuestión de nombre. El constitutivismo supone que el sujeto hace que sea al caso que siente algo al autoadscribirse un estado mental, al decir "tengo hambre". ¿Cuál es la diferencia? Finkelstein no pasa por el estipulativismo, no dice que el sentido de un estado mental significa lo que fije una estipulación del sujeto, sino que  los estados mentales pasan por ser una expresión de la intimidad glosada. El sujeto para Finkelstein no congela al estipular el sentido de los estados mentales, sino que los glosa, los contextualiza. ¿Y poner en  contexto salva el problema del abismo? La respuesta es que para Finkelstein, la cuestión del abismo no fue planteada por Wittgenstein como un problema a salvar o un ejercicio mental para confundir al lector, sino como un problema para entender la realidad del uso del lenguaje y el misterio del sentido de los signos. 

Recordemos que el abismo se plantea en el momento en el que nos ponemos en una posición tal que nos es posible interpretar un signo de cualquier manera, desde el momento en el que entendemos que una palabra escrita no es más que un garabato que puede significar cualquier cosa. Pero, ¿ese signo cómo es entendido como una simple mancha de tinta, como un garabato? ¿Cuál es el giro para que dicho signo se vea como un garabato? La respuesta es: desde fuera. Los garabatos son manchas de tinta cuando se ven desde fuera de la trama de la vida, cuando queremos dejar de verlos significativos para mostrar que en el fondo los signos son garabatos que en un momento dotamos de  un sentido que a menudo nos es esquivo y dificil de explicar. Sin embargo, a pesar de la dificultad que se plantea con esa visión desde fuera, ocurre que una vez en el contexto, en la trama de la vida, los signos son ya significativos. Y no nos es posible verlos de otra manera. El ejemplo de la orden que se ha ido planteado tiene sentido porque está planteado y es visto desde fuera: uno siempre puede entender una orden sin que la ejecución se adecue a lo que el demandante quiere, pero eso es posible sólo desde fuera, como si el lenguaje lo separáramos de la vida y el uso y el significado fuera una mera cuestión de diccionario. En un atraco, si a uno le dicen "arriba las manos", puede entender cualquier cosa desde fuera, puede ponerse a saltar con las manos extendidas para llevarlas lo más arriba que pueda, pero desde dentro es muy poco probable que no haga otra cosa que no sea levantar los brazos hacia el cielo y permanecer inmóvil. Los garabatos y sonidos articulados son significativos en la trama de la vida porque son en ella donde viven, se reproducen, mueren y en conexión con nuestra actividad y uso, toman su sentido, por lo que no hay abismo desde dentro. El problema planteado es entonces el trampolín hacia la trama de la vida. Y aunque el abismo sea posible planearlo, será  siempre desde fuera, donde su problemática se desactiva, ya que al quedar todo reducido a garabatos la pregunta por el significado, fuera del contexto que es la trama de la vida, ya no tiene sentido.

Entendido y salvado el abismo, el sentido de los estados mentales viene determinado, según la teoría expresivista de Finkelstein, por la glosa, por la situación de mis sentimientos en la trama de la vida, a través de la cual logro contextualizar y explicar qué sentido tienen mis estados mentales. Cuando me levanto por la mañana y digo "llevo un mosqueo importante", automáticamente se me puede preguntar por qué. "Ayer salí y mis amigos me dejaron tirado", digo. Con esto, estoy glosando mis estados mentales nutriéndome de mi contexto, de los usos y costumbres que me rodean. Así, el fundamento de la autoridad de la primera persona en el expresivismo es la interrelación del contexto del sujeto con su vida interna. Y si bien es cierto que otras personas pueden intentar ponernos en contexto y pretender conocernos, esas personas no tienen acceso a nuestros estados mentales y sólo podrán colocar en la trama de la vida (su trama de la vida) nuestra conducta, aquéllo que expresa unas veces de manera evidente, otras de manera oscura y opaca, la vida interna.

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