viernes, 24 de agosto de 2012

Brillantes martillazos (VIII): Michel Foucault



<<Foucault: En todas la épocas el modo de reflexionar de la gente, el modo de escribir, de juzgar, de hablar (incluso en las conversaciones de la calle y en los escritos más cotidianos) y hasta la forma en que las personas experimentan las cosas, las reacciones de su sensibilidad, toda su conducta, está regida por una estructura teórica, un sistema, que cambia con los tiempos y las sociedades pero que está presente en todos los tiempos y en todas las sociedades.


M. Chapsal: ¿Nos habría enseñado Sartre la libertad mientras que usted nos enseña que no hay libertad real de pensar?

Foucault: Se piensa en el interior de un pensamiento anónimo y constrictor que es el de una época y el de un lenguaje. Este pensamiento y este lenguaje tienen sus leyes de transformación. La tarea de la filosofía actual, y de todas estas disciplinas teóricas a las que me he referido es la de sacar a la luz este pensamiento anterior al pensamiento, ese sistema anterior a todo sistema..., ese trasfondo sobre el que nuestro pensamiento "libre" emerge y centellea durante un instante...>>

Fragmento de la entrevista con Madeleine Chapsal, publicada en La quinzaine littéraire, núm.5, Mayo de 1966.

sábado, 18 de agosto de 2012

γνῶθι σαυτόν (VI): últimas reflexiones

"Dentro", J.M

A veces tenemos la sensación de que nuestra conciencia es como una cebolla que alberga capas a la espera de ser retiradas. Al retirarlas, nos encontramos en un proceso de desvelamiento que puede resultar una idílica aventura de verano en unas casos, o un auténtico descenso a los infiernos en otros. Al desvelar nuestro interior en busca de apetencias inmediatas no solemos encontrarnos ante ningún drama, pero esta situación cambia cuando estamos pensando en nuestras inclinaciones, nuestros gustos, nuestras metas, principios o ideales hasta el punto en el que en momentos de flaqueza y duda, buscamos una verdadera revelación. En estos casos, acudimos a nosotros mismos en busca de autocomprensión, autoconsejo a la vez que se pretende derribar muros internos para facilitar la tarea de encontrar una relación más directa, conciliadora y satisfactoria con nosotros mismos. Buscamos sentido a lo que nos ocurre y por eso el expresivismo que planteaba Finkelstein es la mejor intuición tanto para explicar la autoridad de la primera persona como para entender cómo es la relación con nuestra intimidad.

Hablamos con nosotros mismos y en ese acto, abrimos nuestras sensaciones, sentimientos y acciones y los desentrañamos para situarlos en la trama significativa de la vida en la que estamos insertos en compañía de otros sujetos inteligentes y criaturas sensibles, en la maraña de signos, símbolos y relaciones de la que está formada dicha trama. Es un hecho de dicha trama cambia, y es también una virtud del paradigma de Finkelstein el hecho de que su forma de explicar la autoridad de la primera persona pueda a su vez dar cuenta de cómo somos capaces de entendernos a nosotros mismos como una viaje o un proceso, no como un acto. A menudo nos entendemos automáticamente, pero los casos de autoconocimeinto que realmente nos interesan y suscitan nuestra preocupación son aquéllos que nos hacen plantearnos por qué el autoconocimiento es una cuestión enigmática y atractiva. Por que a menudo nos cuesta entendernos, la cuestión nos resulta de interés, y porque a menudo la autoignorancia nos resulta incómoda y aislante, el autoconocimiento se convierte en el paso necesario para relacionarnos con los demás y entender lo que está afuera.

La teorías que hemos mostrado pasaban por dar cuenta de por qué autoconocerse pasa siempre por un proceso entre el sujeto y su intimidad y no entre el sujeto y otro criterio externo para explicar cómo funcionaba el autoconocimiento. La teoría clásica era excesivamente maquinal y fría, y entendía el autoconocimeinto como un acto: el acto de "ver", el acto de "detectar". El constitutivismo introducía la cuestión del sentido para intentar que la teoría reflejara la dimensión interpretativa del autoconocimeinto, pero igualmente todo se resumía en un acto: fijar el sentido de los estados mentales. La autocomprensión a menudo puede ser un fogonazo en el que el sujeto "sabe que p" sobre si mismo. El sujeto congela en su interior un determinado estado mental: "Estoy nervioso". Sin embargo, no todo autoconocimiento puede reducirse a un acto, puesto que a menudo, inmersos en la cambiante trama de la vida, lo que hacemos es ir cambiando el sentido que tienen las cosas para nosotros. Podemos decir que a veces autoconocerse es un proceso que no es la sublimación de un conocimiento en forma de "S sabe que p", sino más bien "S está comprendiendo que p". En este punto desconozco si soy o no fiel a la doctrina de Finkelstein, pero lo cierto es que aprovecho la forma en que Finkelstein describe la forma en que el sujeto va glosando sus estados mentales y los va dotando de sentido en la trama de la vida para sugerir que el sujeto no siempre se entiende en un acto o conjunto de actos, sino que a veces se entiende dentro de un proceso en el que el cambio y la contingencia son las notas fundamentales. Dicho de otro modo: el sujeto está siempre comprendiéndose. Y la mejor manera de entender esto es a través de la glosa de la que habla Finkelstein: "La amo porque me hace sentir bien, porque cuando estoy con ella me siento grande, porque simplemente amo, porque es preciosa, porque...". El expresivismo es fuerte porque en los casos en los que los cambios son progresivos y por tanto lo son también los cambios en los estados mentales, las glosas que se van agregando a los estados también se impregnan de esto: "la amo porque me ayuda a mejorar, porque me da calma, porque me da seguridad, porque...". Las teorías han mostrado mejor o peor rendimiento para explicar la autoridad de la primera persona y para dar cuenta de la relación cono nosotros mismos, pero la única que es capaz de dar cuenta del autoconocimiento como proceso es el expresivismo. ¿Significa esto que es la  teoría vencedora? No lo creo, más que nada porque en filosofía, a menos que uno sea un vendelibros (cosa complicada en  filosofía) nunca nadie gana.

Como hemos dicho más arriba autoconocerse es autoglosarse. Pero, si hemos entendido bien el entendimiento como proceso, si el proceso de glosa es un reajuste continuo en consonancia con lo que ocurre en la trama de la vida, ¿significa esto que no puedo conocerme nunca?¿Cuándo he terminado de entenderme? Podemos decir rápidamente que uno termina cuando quiere, cuando juzga que ya ha terminado de conocerse, de "saber que p". Poner fin al proceso no parece algo tan arbitrario ni consciente. En el contexto de una situación y un determinado estado mental, el proceso de glosa se detiene en condiciones muy enigmáticas y a menudo se reanuda o bien por un cambio o simplemente por lo parece un puro capricho de la conciencia. Es cierto que el autocontrol hace mucho en estos casos, pero todo el mundo se ha sentido atrapado por sus propios sentimientos y comprenderá lo que digo. En cualquier caso, si detener el proceso de glosar nuestros estados mentales fuera sencillo ¿esto no sería como dilapidar el autoconocimeinto como proceso y volver a la idea de que el autoconocimiento es siempre acto? Particularmente, la idea me resulta complicada de aceptar porque hay momentos en los que saber sobre uno no se reduce a una fórmula tal que "se sobre mi que p". Sin embargo, la idea de autoconocimiento como proceso implica que uno no puede terminar nunca de conocerse. Entonces, lo que tiene el sujeto durante toda su vida es algo provisional, deficiente y plagado de fisuras. ¿Estamos obligados a aceptar que  se puede uno morir sin saber quién es?

domingo, 12 de agosto de 2012

γνῶθι σαυτόν (V): situarse en la trama de la vida

"Uno de tantos", J.M

Parece que conforme se ha ido profundizando en la cuestión, se han ido planteando más y más dudas en torno a la autoridad de la primera persona y en torno al autoconocimiento. La intuición de que cada uno de nosotros somos la autoridad más fuerte para hablar de nuestras sensaciones y sentimientos continúa aferrada, pero las teorías que hemos planteado no son capaces de explicar sin fisuras en qué se basa tal autoridad y cómo se construye. El problema de acercarnos al cartesianismo es que la imagen que se dibuja de nuestra intimidad es extremadamente maquinal y no se parece demasiado a lo que en el fondo intuimos que acontece en nuestra conciencia. El sujeto no puede ser solo un espectador. Por este motivo, empezamos a plantear cuestiones relacionadas con la filosofía del lenguaje que al final, han traído nuevos problemas a la cuestión: ¿qué sentido tienen mis estados mentales? ¿Y si pueden significar cualquier cosa?

El constitutivismo, que planteábamos en la anterior entrada, intenta zanjar la cuestión del significado a través de la fijación del sentido de los estados mentales, lo que al final resultó en parte matador, ya que el abismo wittgensteiniano resulta imposible de saltar al pretender una solución de corte platónico al respecto. No es posible aprender un idioma sólo leyendo el diccionario. Es decir, no podremos aprender el sentido de ningún signo si vamos saltando de estipulación a estipulación porque no entendemos ningún signo. De hecho, posiblemente el lector sospeche que nos haya faltado algún elemento importante en el tema de la autoridad de la primera persona y ya esté intuyendo de qué se trata.

En La expresión y lo interno (2010), David Finkelstein critica las posturas que hemos ido desglosando en los anteriores post a la vez que plantea una nueva manera de entender la cuestión de la autoridad de la primera persona. Para Finkelstein, el sujeto cuando está conociéndose a si mismo, lo que hace es expresar su interior, sacarlo a fuera. Es indiferente si verbaliza o no lo que lleva dentro, lo que importa es que de alguna manera se está diciendo a si mismo o a otros lo que siente. Cambiar expresar por constituir no es sólo una cuestión de nombre. El constitutivismo supone que el sujeto hace que sea al caso que siente algo al autoadscribirse un estado mental, al decir "tengo hambre". ¿Cuál es la diferencia? Finkelstein no pasa por el estipulativismo, no dice que el sentido de un estado mental significa lo que fije una estipulación del sujeto, sino que  los estados mentales pasan por ser una expresión de la intimidad glosada. El sujeto para Finkelstein no congela al estipular el sentido de los estados mentales, sino que los glosa, los contextualiza. ¿Y poner en  contexto salva el problema del abismo? La respuesta es que para Finkelstein, la cuestión del abismo no fue planteada por Wittgenstein como un problema a salvar o un ejercicio mental para confundir al lector, sino como un problema para entender la realidad del uso del lenguaje y el misterio del sentido de los signos. 

Recordemos que el abismo se plantea en el momento en el que nos ponemos en una posición tal que nos es posible interpretar un signo de cualquier manera, desde el momento en el que entendemos que una palabra escrita no es más que un garabato que puede significar cualquier cosa. Pero, ¿ese signo cómo es entendido como una simple mancha de tinta, como un garabato? ¿Cuál es el giro para que dicho signo se vea como un garabato? La respuesta es: desde fuera. Los garabatos son manchas de tinta cuando se ven desde fuera de la trama de la vida, cuando queremos dejar de verlos significativos para mostrar que en el fondo los signos son garabatos que en un momento dotamos de  un sentido que a menudo nos es esquivo y dificil de explicar. Sin embargo, a pesar de la dificultad que se plantea con esa visión desde fuera, ocurre que una vez en el contexto, en la trama de la vida, los signos son ya significativos. Y no nos es posible verlos de otra manera. El ejemplo de la orden que se ha ido planteado tiene sentido porque está planteado y es visto desde fuera: uno siempre puede entender una orden sin que la ejecución se adecue a lo que el demandante quiere, pero eso es posible sólo desde fuera, como si el lenguaje lo separáramos de la vida y el uso y el significado fuera una mera cuestión de diccionario. En un atraco, si a uno le dicen "arriba las manos", puede entender cualquier cosa desde fuera, puede ponerse a saltar con las manos extendidas para llevarlas lo más arriba que pueda, pero desde dentro es muy poco probable que no haga otra cosa que no sea levantar los brazos hacia el cielo y permanecer inmóvil. Los garabatos y sonidos articulados son significativos en la trama de la vida porque son en ella donde viven, se reproducen, mueren y en conexión con nuestra actividad y uso, toman su sentido, por lo que no hay abismo desde dentro. El problema planteado es entonces el trampolín hacia la trama de la vida. Y aunque el abismo sea posible planearlo, será  siempre desde fuera, donde su problemática se desactiva, ya que al quedar todo reducido a garabatos la pregunta por el significado, fuera del contexto que es la trama de la vida, ya no tiene sentido.

Entendido y salvado el abismo, el sentido de los estados mentales viene determinado, según la teoría expresivista de Finkelstein, por la glosa, por la situación de mis sentimientos en la trama de la vida, a través de la cual logro contextualizar y explicar qué sentido tienen mis estados mentales. Cuando me levanto por la mañana y digo "llevo un mosqueo importante", automáticamente se me puede preguntar por qué. "Ayer salí y mis amigos me dejaron tirado", digo. Con esto, estoy glosando mis estados mentales nutriéndome de mi contexto, de los usos y costumbres que me rodean. Así, el fundamento de la autoridad de la primera persona en el expresivismo es la interrelación del contexto del sujeto con su vida interna. Y si bien es cierto que otras personas pueden intentar ponernos en contexto y pretender conocernos, esas personas no tienen acceso a nuestros estados mentales y sólo podrán colocar en la trama de la vida (su trama de la vida) nuestra conducta, aquéllo que expresa unas veces de manera evidente, otras de manera oscura y opaca, la vida interna.

sábado, 4 de agosto de 2012

γνῶθι σαυτόν (IV): alumbrando estados mentales

"Lo que tu digas", J.M.

Al leer a Wittgenstein, Saul Kripke lo tiene claro. Para el,  el abismo es insalvable y el sentido de los signos es algo inescrutable teóricamente. Es un escéptico radical en torno al significado de los signos, y cree que todo cuanto podemos decir es que hay un sentido acoplado a un signo, cuya asociación para nosotros es misteriosa e inescrutable. En virtud de esto, en el fenómeno del lenguaje es posible tanto el entendimiento como el desencuentro y es imposible explicar por qué ni cómo se construye el sentido más allá de una especie de capricho y de unas misteriosas relaciones de comprensión y habla.

Otros han intentado solventar el abismo y romper el escepticismo radical que propone Kripke recurriendo a la solución que a priori parece más obvia. La idea es echar mano de un momento de estipulación para fijar el sentido de los signos. En principio, es tan sencillo como parece: en un momento determinado, decimos "esto significa esto". Así, el significado de un signo queda fijado, de tal manera que en el momento en el que alguien dude sobre el significado del signo, se recurre al momento de estipulación para mostrarle su sentido inequívoco. Mediante este mecanismo, se fija el significado para salvar el abismo, de modo que si volvemos al caso ideal de la orden, nos es posible fijar que el significado de ese mandato se corresponde, por estipulación, con una acción perfectamente determinada. A esta solución se la suele llamar estipulativismo, y como es de suponer, en la cuestión de la autoridad de la primera persona es básica, puesto que es el trampolín para sortear el abismo entre el significado y el signo y resulta igualmente válida para sortear el abismo entre el estado mental y el sentido del mismo. A partir del estipulativismo se propone una manera de entender el autoconocimiento que se basa en fijar el sentido de los estados mentales y de alguna manera, "alumbrarlos" o "darlos a luz". Se supone que en esta teoría que pretende explicar la autoridad de la primera persona, el sujeto no realiza ninguna detección, sino más bien lo que hace es entender sus propios estados mentales, nombrarlos, dotándolos de sentido y haciendo, en esa operación, que estos salgan a la luz y estén en su conciencia. Por este motivo, la teoría es llamada constitutivismo. El sujeto constituye sus estados mentales porque al fijar su sentido, hace que sea el caso que se encuentra en un determinado estado mental. Supongamos que me encuentro a media tarde en casa y que en mi mente encuentro una especie de agitación. Realizo un acto de introspección en la que no estamos hablando de una introspección detectivista a la manera de la teoría clásica. Yo no voy a "ver" nada dentro de mi, sino más bien lo que voy a hacer es comprender el sentido de esa agitación interna y fijar qué sentido tiene para mi. Al hacerlo, no detecto que tengo intención de hacerme unas tortitas con chocolate, sino que hago que en el momento en el que fijo el sentido de ese estado mental y me digo "quiero tortitas con chocolate", hago que sea el caso que deseo tortitas con chocolate. En este paradigma, no se detecta nada, sino más bien, en una relación intima con uno mismo, el sujeto interpreta qué siente y constituye sus sentimientos al dotarlos de sentido. La autoridad de la primera persona se cimenta en que el sujeto es el único en disposición de fijar el sentido de sus estados mentales. Desafortunadamente, el constitutivismo tiene dos problemas. El primero tiene que ver con su forma de fijar el significado, ya que el estipulativismo en el que se sostiene no termina de solventar el abismo planteado por Wittgenstein satisfactoriamente (como veremos ahora), mientras que el segundo es algo más complejo, y tiene que ver con la responsabilidad del sujeto al fijar los estados mentales.

El abismo no queda salvado, pues la solución que propone el estipulativismo es una suerte de Platonismo. La relación entre el signo y el significado requiere una tercera entidad, que es la estipulación, cuya entidad parece colocarla en un "mundo aparte" inaccesible. El problema de esta solución es que la estipulación no puede comportarse como una entidad congelada y monolítica a la manera de la teoría de las ideas de Platón. El estipulativista enrojece cuando le preguntamos si esa tercera entidad no requiere a su vez de estipulación para fijar la relación que existe ente ella, el sentido y el signo. La tercera entidad no logra salvar el abismo porque ella sola lo vuelve a plantear, ya que la estipulación no deja de ser una nueva serie de signos cuyo sentido plantea de nuevo la cuestión. En el ejemplo de la orden se ve claro, puesto que la estipulación que fija cómo ha de ejecutarse la orden es una orden que explica cómo ha de entenderse la orden, lo cual no es más que una forma de regreso al infinito. Como vemos, el abismo de sentido planteado por Wittgenstein no está solventado en esta propuesta. El problema se encuentra en que el constitutivismo, como paradigma de explicación de la autoridad de la primera persona necesita del estipulativismo para seguir adelante, ya que es necesario estipular el sentido de los estados mentales y fijarlos para el futuro, para momentos en los que el sujeto de a luz estados mentales a partir de las estipulaciones hechas previamente. 

Con todo y suponiendo que nosotros, muy platónicos y cabezones, nos convence el estipulativismo, seguimos teniendo un problema: el problema de la responsabilidad. Cuando el sujeto se autoadscribe estados mentales dentro de este paradigma, de alguna manera los pare, los da a luz. No es que su mente los cause, pero lo que sí es cierto es que la autoadscripción lo hace responsable de qué se está autoadscribeindo, de tal manera que el es responsable de lo que siente, en la medida en que el es el sujeto que realiza el acto de fijación del sentido y alumbra su estado mental con una forma ya determinada. Supongamos que haciendo las tortitas cojo sin saberlo la leche de mi compañero de piso, (que es leche convencional entera, en vez de la mía, sin lactosa porque tengo un estómago delicado y me resulta más fácil de digerir) y que poco después tengo unas nauseas terribles. Si seguimos al constitutivismo podemos afirmar que al autoadscrimirme la sensación de nauseas hago que sea el caso que tenga nauseas. Como hemos indicado, no se trata de que mi autoadscripción cause las nauseas, pero sí de que al autoadscribirme esa sensación hago que sea el caso de que siento nauseas: doy a luz mis nauseas en el momento en que me autoadscribo esa sensación. Ya de por sí la idea de que la sensación de nauseas nace al autoadscribirmela nos puede resultar chocante, pero el problema serio no reside ahí, sino en el hecho de que en este caso se me puede hacer responsable de mis nauseas, lo que sí que puede resultar algo rocambolesco. En el caso de que hubiera usado leche entera para preparar la merienda a propósito podría ser responsable de mis nauseas al autoadscribirmelas, pero si resulta que tengo un estómago algo delicado y acabo sufriendo nauseas al coger leche entera sin quere, el constitutivista estaría obligado a decir que soy responsable de ellas por habermelas autoadscrito en el proceso de constitición de esa sensación, lo cual resulta muy poco ajustado a lo que realmente ocurre, porque en este caso no dudaríamos en decir que no que soy responsable de mis nauseas. La explicación constitutivista puede resultar una propuesta bastante atractiva porque se acerca a la intimidad que la teoría clasica no tiene, pero ante esta importante objeción el constitutivismo queda tocado. Podemos imaginarnos cantidad de situaciones en las que el sujeto es, según esta teoría, el responsable de lo que siente cuando desde un punto de vista externo jamás afirmaríamos tal cosa. Además, sigue quedando el problema del abismo planteado por Wittgenstein, por lo que se hace necesaria alguna clase de solución que lo pueda solventar, que evite la teoría clásica, evite el problema de la responsabilidad y mantenga una cierta intimidad entre el sujeto y sus estados mentales.

miércoles, 1 de agosto de 2012

γνῶθι σαυτόν (III): el significado de los estados mentales

"Medio lleno o medio vacío", Javier Moreno

Con la teoría clásica, la cuestión de la autoridad de la primera persona queda de alguna manera en el aire. Pero ¿por qué esa fijación? ¿Qué es lo que hace tan importante esa cuestión? La autoridad de la primera persona erige a cada uno de nosotros como la mayor autoridad en la cuestión del conocimiento interno. Si se logra desentrañar en qué se basa la autoridad de la primera persona, estamos a la vez explicando porqué esa autoridad de la primera persona supera en capacidad para explicar y entender el estado interno a cualquier autoridad externa. A la vez, la cuestión del conócete a ti mismo se ilumina, en la medida en que las herramientas del autoconocimiento quedan, al menos en parte, iluminadas. Vimos que "ver" nuestro interior puede sonar sugerente, pero según pudimos ver, esta metáfora no puede pasar de ahí si entendemos que la relación con nosotros mismos no es la de una conciencia que se contempla a si misma en la distancia, desapegada y fríamente, como el que observa un teatrillo de marionetas. Nuestro estados mentales no son los danzarines o las bombillitas a descubrir en nuestra conciencia, sino que ellos guardan una relación más cercana, cálida e íntima con nosotros. La detección, descrita a la manera de los primeros filósofos analíticos, no es satisfactoria más que para un cartesiano radical. Por este motivo, la filosofía de la mente ha intentado ofrecer paradigmas alternativos para explicar la autoridad de la primera persona, viéndose obligada a tocar la filosofía del lenguaje.

¿Como sé yo que el "odio" es odio dentro de mi? Cuando uno está confundido, o bien no sabe que siente, o bien tiene una importante mezcla de sentimientos con los que no termina de aclararse. El primer lema es el que tiene importancia, ya que responde al cómo es posible desentrañar el sentido de los estados mentales. Para sensaciones como el hambre o el dolor, parece sencillo, pero ¿cómo puedo yo extraer el sentido de determinados estados mentales? Cuando me encuentro en un determinado estado de agitación interna ¿cómo realizo el salto para entender que E significa p? A la luz de estas preguntas, una de las vergüenzas de la teoría clásica queda al descubierto al preguntarnos si no es algo extraño que nuestros estados mentales vengan a nosotros cuales apariciones divinas que simplemente hay que señalar. Tiene algo más de sentido pensar que los estados mentales nos vienen de alguna manera "en bruto" y que nosotros hemos de dotarlos de sentido. En este punto, nos encontramos con otro atolladero, incluso antes de que ningún nuevo paradigma sobre la autoridad de la primera persona haya sido presentado, que no es otro que el problema del abismo entre el signo y el sentido del signo, extrapolable a la cuestión que tratamos y enunciado como el abismo entre el estado mental y el sentido del estado mental. Antes de continuar avanzando, el problema ha de ser entendido porque es, en las teorías que se presentarán más adelante, el gran problema a salvar, por lo que tiene sentido que el problema quede presentado como lo que es: una cuestión filosófica dentro de otra de cuyo vadeo correcto depende parte del éxito de las propuestas teóricas.

En sus enigmáticas Investigaciones Filosóficas (1953), Ludwig Wittgenstein expuso el problema del abismo, a la vez que intentaba darle una salida que aún hoy, los doctos en la cuestión, interpretan y analizan. Con todo, en torno al planteamiento del problema del abismo no hay demasiadas discrepancias. Wittgenstein expone la cuestión tomando el lenguaje imperativo de las ordenes como ejemplo. Wittgenstein declara: "Entre la orden y la ejecución hay un abismo. Éste tiene que ser superado mediante un acto de comprensión". Un poco más adelante, continúa: "Sólo ante la compresión se dice que tenemos que hacer ESO. La orden –eso no son sino sonidos,[o] manchas de tinta". Con estas palabras, Wittgenstein pretende romper la supuesta unión indisoluble entre los signos y el sentido de los mismos planteando dudas en torno a la adecuación de la conducta al requerimeinto de la orden. Lo que ocurre es que el sentido se puede quedar en el aire si podemos imaginar una situación en la que alguien ordena algo y en la que es posible obedecer sin adecuarse a lo que la persona que enuncia el mandato tiene exactamente en su coco. Dicho de otro modo: es posible siempre obedecer el mandato pero no acabar haciendo exactamente lo que en términos del emisor del mandato, se nos manda. El abismo se da entonces cuando de alguna manera, las palabras se enuncian y son entendidas, pero no hay comprensión, porque algo del sentido se desvanece en el proceso entendimiento, ya que la persona mandada, a pesar de conocer el idioma no hace lo que queremos, y no ha terminado haciendo lo que "significa" la orden. Al final, debemos admitir que el significado no es algo cerrado y que hay serias grietas y que una vez vemos una grieta por donde entra el escepticismo, la entrada del escepticismo radical es imparable. La idea es que la ligazón entre los signos y el sentido es mucho más rica que un simple diccionario, por lo que no es descabellado plantear el abismo ente el significado y los signos, puesto que estos, no son más que manchas de tinta que, como hemos visto, pueden significar cualquier cosa.

Como hemos dicho, el problema del sentido se extrapola a la cuestión del significado de los estados mentales. El estado de agitación interna nos viene en bruto, como un garabato en una hoja de papel, una mancha de tinta. La conexión entre este estado y su significado se plantea en los mismos términos en los que Wittgenstein planteaba la  cuestión de obedecer las ordenes. Es posible entender un estado mental propio de infinitas maneras posibles porque de hecho, se da el caso de que es posible hacerlo. Entonces, ¿cómo construimos el sentido? ¿Desde qué base? ¿Cómo es posible la autoridad de la primera persona mediando este abismo?