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"Lo que tu digas", J.M. |
Al leer a Wittgenstein, Saul Kripke lo tiene claro. Para el, el
abismo es insalvable y el sentido de los signos es algo inescrutable teóricamente. Es un escéptico radical en torno al significado de los signos, y cree que todo cuanto podemos decir es que hay un sentido acoplado a un signo, cuya asociación para nosotros es misteriosa e inescrutable. En virtud de esto, en el fenómeno del lenguaje es posible tanto el entendimiento como el desencuentro y es imposible explicar por qué ni cómo se construye el sentido más allá de una especie de capricho y de unas misteriosas relaciones de comprensión y habla.
Otros han intentado solventar el abismo y romper el escepticismo radical que propone Kripke recurriendo a la solución que a priori parece más obvia. La idea es echar mano de un momento de estipulación para fijar el sentido de los signos. En principio, es tan sencillo como parece: en un momento determinado, decimos "esto significa esto". Así, el significado de un signo queda fijado, de tal manera que en el momento en el que alguien dude sobre el significado del signo, se recurre al momento de estipulación para mostrarle su sentido inequívoco. Mediante este mecanismo, se fija el significado para salvar el abismo, de modo que si volvemos al caso ideal de la orden, nos es posible fijar que el significado de ese mandato se corresponde, por estipulación, con una acción perfectamente determinada. A esta solución se la suele llamar estipulativismo, y como es de suponer, en la cuestión de la autoridad de la primera persona es básica, puesto que es el trampolín para sortear el abismo entre el significado y el signo y resulta igualmente válida para sortear el abismo entre el estado mental y el sentido del mismo. A partir del estipulativismo se propone una manera de entender el autoconocimiento que se basa en fijar el sentido de los estados mentales y de alguna manera, "alumbrarlos" o "darlos a luz". Se supone que en esta teoría que pretende explicar la autoridad de la primera persona, el sujeto no realiza ninguna detección, sino más bien lo que hace es entender sus propios estados mentales, nombrarlos, dotándolos de sentido y haciendo, en esa operación, que estos salgan a la luz y estén en su conciencia. Por este motivo, la teoría es llamada constitutivismo. El sujeto constituye sus estados mentales porque al fijar su sentido, hace que sea el caso que se encuentra en un determinado estado mental. Supongamos que me encuentro a media tarde en casa y que en mi mente encuentro una especie de agitación. Realizo un acto de introspección en la que no estamos hablando de una introspección detectivista a la manera de la teoría clásica. Yo no voy a "ver" nada dentro de mi, sino más bien lo que voy a hacer es comprender el sentido de esa agitación interna y fijar qué sentido tiene para mi. Al hacerlo, no detecto que tengo intención de hacerme unas tortitas con chocolate, sino que hago que en el momento en el que fijo el sentido de ese estado mental y me digo "quiero tortitas con chocolate", hago que sea el caso que deseo tortitas con chocolate. En este paradigma, no se detecta nada, sino más bien, en una relación intima con uno mismo, el sujeto interpreta qué siente y constituye sus sentimientos al dotarlos de sentido. La autoridad de la primera persona se cimenta en que el sujeto es el único en disposición de fijar el sentido de sus estados mentales. Desafortunadamente, el constitutivismo tiene dos problemas. El primero tiene que ver con su forma de fijar el significado, ya que el estipulativismo en el que se sostiene no termina de solventar el abismo planteado por Wittgenstein satisfactoriamente (como veremos ahora), mientras que el segundo es algo más complejo, y tiene que ver con la responsabilidad del sujeto al fijar los estados mentales.
El abismo no queda salvado, pues la solución que propone el estipulativismo es una suerte de Platonismo. La relación entre el signo y el significado requiere una tercera entidad, que es la estipulación, cuya entidad parece colocarla en un "mundo aparte" inaccesible. El problema de esta solución es que la estipulación no puede comportarse como una entidad congelada y monolítica a la manera de la teoría de las ideas de Platón. El estipulativista enrojece cuando le preguntamos si esa tercera entidad no requiere a su vez de estipulación para fijar la relación que existe ente ella, el sentido y el signo. La tercera entidad no logra salvar el abismo porque ella sola lo vuelve a plantear, ya que la estipulación no deja de ser una nueva serie de signos cuyo sentido plantea de nuevo la cuestión. En el ejemplo de la orden se ve claro, puesto que la estipulación que fija cómo ha de ejecutarse la orden es una orden que explica cómo ha de entenderse la orden, lo cual no es más que una forma de regreso al infinito. Como vemos, el abismo de sentido planteado por Wittgenstein no está solventado en esta propuesta. El problema se encuentra en que el constitutivismo, como paradigma de explicación de la autoridad de la primera persona necesita del estipulativismo para seguir adelante, ya que es necesario estipular el sentido de los estados mentales y fijarlos para el futuro, para momentos en los que el sujeto de a luz estados mentales a partir de las estipulaciones hechas previamente.
Con todo y suponiendo que nosotros, muy platónicos y cabezones, nos convence el estipulativismo, seguimos teniendo un problema: el problema de la responsabilidad. Cuando el sujeto se autoadscribe estados mentales dentro de este paradigma, de alguna manera los pare, los da a luz. No es que su mente los cause, pero lo que sí es cierto es que la autoadscripción lo hace responsable de qué se está autoadscribeindo, de tal manera que el es responsable de lo que siente, en la medida en que el es el sujeto que realiza el acto de fijación del sentido y alumbra su estado mental con una forma ya determinada. Supongamos que haciendo las tortitas cojo sin saberlo la leche de mi compañero de piso, (que es leche convencional entera, en vez de la mía, sin lactosa porque tengo un estómago delicado y me resulta más fácil de digerir) y que poco después tengo unas nauseas terribles. Si seguimos al constitutivismo podemos afirmar que al autoadscrimirme la sensación de nauseas hago que sea el caso que tenga nauseas. Como hemos indicado, no se trata de que mi autoadscripción cause las nauseas, pero sí de que al autoadscribirme esa sensación hago que sea el caso de que siento nauseas: doy a luz mis nauseas en el momento en que me autoadscribo esa sensación. Ya de por sí la idea de que la sensación de nauseas nace al autoadscribirmela nos puede resultar chocante, pero el problema serio no reside ahí, sino en el hecho de que en este caso se me puede hacer responsable de mis nauseas, lo que sí que puede resultar algo rocambolesco. En el caso de que hubiera usado leche entera para preparar la merienda a propósito podría ser responsable de mis nauseas al autoadscribirmelas, pero si resulta que tengo un estómago algo delicado y acabo sufriendo nauseas al coger leche entera sin quere, el constitutivista estaría obligado a decir que soy responsable de ellas por habermelas autoadscrito en el proceso de constitición de esa sensación, lo cual resulta muy poco ajustado a lo que realmente ocurre, porque en este caso no dudaríamos en decir que no que soy responsable de mis nauseas. La explicación constitutivista puede resultar una propuesta bastante atractiva porque se acerca a la intimidad que la teoría clasica no tiene, pero ante esta importante objeción el constitutivismo queda tocado. Podemos imaginarnos cantidad de situaciones en las que el sujeto es, según esta teoría, el responsable de lo que siente cuando desde un punto de vista externo jamás afirmaríamos tal cosa. Además, sigue quedando el problema del abismo planteado por Wittgenstein, por lo que se hace necesaria alguna clase de solución que lo pueda solventar, que evite la teoría clásica, evite el problema de la responsabilidad y mantenga una cierta intimidad entre el sujeto y sus estados mentales.