Turner, Fishermen at sea, 1796 |
Las convulsiones en el mundo del arte
rara vez se producen solas, porque como se suele decir, el arte no se
genera en el vacío. Es cierto que el mito del genio algo tiene de
cierto y que la ruptura de límites suele tener nombre y apellidos,
pero en la aparición de nuevas formas, temas y lenguajes suelen
estar imbricadas interesantes personalidades y cambios en la mentalidad y en la organización
social. Cuando se producen estas convulsiones, lo habitual es que
cambien las concepciones en torno a la experiencia estética, al tiempo que lo hace el aparato conceptual que la envuelve. De este modo,
las cosas “vistas” u “oídas” cambian al tiempo que cambia la manera de describirlas. El caso paradigmático de esta mutación es
el de la sublimidad o grandeza de la que hablaron los estetas del
siglo de las luces. Por entonces, los estándares de belleza estaban
comenzando a cambiar hacia lo que sería la “nueva belleza”
romántica: océanos embravecidos, acantilados, ruinas oscuras sobre
riscos olvidados, bosques infinitos...etc. En Los placeres de la
imaginación (1712),
Joseph Addison habló con estas palabras del impacto que podemos sufrir ante la visión
de algo grande (o sublime en palabras de Kant): “la imaginación
apetece llenarse de un objeto, y apoderarse de alguna cosa que sea
demasiado gruesa para su capacidad. Caemos en un asombro agradable al
ver tales cosas sin término; y sentimos un asombro agradable al ver
tales cosas sin término; y sentimos una deliciosa quietud y
espanto”. La idea de que el arte pudiera espantarnos era algo que comenzaba a tomar fuerza, aunque
no fuera una sensación nueva. En estos casos, cuesta bastante saber
qué fue antes, ¿huevo o gallina? ¿lenguaje estético o arte?
Las criaturas que más tarde florecieron durante el romanticismo abrieron de par en par las puertas al terror, ofreciendo metáforas de lo innombrable y lo oscuro.La imaginación
era estimulada con toda clase de monstruos como los que aparecen en
los grabados de Goya, que pretendían provocar algo más que un cierto
“espanto”: vampiros, engendros, hombres lobo, brujas y demonios estimulaban los espacios inexplorados de nuestra
intimidad, regurgitaban irracionalidad, morbo, inconsciencia y
demencia. En suma: ponían delante figuras que jamás hubieran sido
exhibidas por los artistas neoclásicos de una generación anterior.
Este relato del terror se fue fraguando a lo largo de todo el siglo
XIX, donde se dieron nuevas vueltas de tuerca: aparición de la
sangre, miembros seccionados y detalles enfermizos y repugnantes. El
Frankenstein de Shelley es una buena muestra del lugar que
irían ocupando en el arte aspectos, temas y figuras cada vez más
escabrosos e (in)humanos. Algo más tarde, con H.P Lovecraft, las palabras se quedaron vacías conceptualmente, por lo que hubo una cierta revisión del vocabulario. Con él, la irracionalidad y la muerte
forman parte del imaginario del lector, al igual que el asco y el
nudo en el estómago.
Rompiendo las barreras del universo simbólico clasicista, el caos, la deformidad, la angustia y lo asqueroso van abriéndose hueco, aunque siempre velados o como acompañantes. Si aparecía, el asco pululaba dentro de otras fórmulas estilísticas, pero siempre siguiendo unas formas que ya en en mentado ensayo de Addison estaban puestas: “en un objeto puede encontrarse alguna cosa tan terrible y ofensiva, que el horror y disgusto que excita supere al placer que resulta su grandeza, novedad o belleza. Pero aún entonces acompañará a este horror y disgusto una mezcla de placer proporcionada al grado en que sobresalga y predomine alguna de estas tres cualidades [: grandeza, novedad o belleza]”. Sencillamente, no era concebible el goce estético si solo había asco.
Rompiendo las barreras del universo simbólico clasicista, el caos, la deformidad, la angustia y lo asqueroso van abriéndose hueco, aunque siempre velados o como acompañantes. Si aparecía, el asco pululaba dentro de otras fórmulas estilísticas, pero siempre siguiendo unas formas que ya en en mentado ensayo de Addison estaban puestas: “en un objeto puede encontrarse alguna cosa tan terrible y ofensiva, que el horror y disgusto que excita supere al placer que resulta su grandeza, novedad o belleza. Pero aún entonces acompañará a este horror y disgusto una mezcla de placer proporcionada al grado en que sobresalga y predomine alguna de estas tres cualidades [: grandeza, novedad o belleza]”. Sencillamente, no era concebible el goce estético si solo había asco.
Con
las obras realizadas por parte del arte Dadá lo feo y lo asqueroso toman conciencia como
categorías estéticas de pleno derecho, algo que hasta entonces era impensable. Como hemos dicho, hasta el momento el
asco era la sombra de la belleza y la región tabú del arte.
Sin embargo, con este hito el asco ocupa el lugar central y lo
asqueroso se convierte en el foco principal de la forma y el discurso
del artista (que hace) y del esteta (que describe). Lenguaje y forma
vuelven a metamorfosearse de tal modo que el asco y la fealdad ocupan
tratados sobre arte y estética, violentando la esencia misma de esta
última disciplina, tradicionalmente descrita como “la
filosofía del arte y la belleza”. Por esto, Addison (y buena parte
de nosotros) se horrorizaría al ver las cosas que hacía el grupo
Dadá. Independientemente de si con el dadaísmo se reinventara o no el arte y la estética, de lo que no hay duda es de que este trabajo tocó con fuerza el
mundo de la creación artística, reclamando un espacio para el
lenguaje impactante y bruto del caos, el absurdo y de lo que aquí me
ocupa, el asco. Como muestra de esto, se sabe de algunos montajes
creados a partir objetos rescatados de la basura, como desechos y
objetos inservibles y de otros especialmente obscenos y horrorosos en
los que aparecían niños gritando blasfemias e insultos a los visitantes.
Antes
de llegar a nuestros días, a formas propias de la cultura de masas y al
sentido de lo asqueroso en el imaginario del hombre de hoy, me veo
obligado a mencionar a Manzoni, muy influenciado por el Dadá. Uno de sus trabajos más
impactantes fue una serie de latas de mierda (envasadas cual
melocotón en almíbar, con etiquetado incluido) de las que aun se
conservan unas cuantas en exposición. Parece que Manzoni, enfadado
con la marcha de las cosas en el mundo del arte allá por los años
60, le soltó a un amigo: “estos burgueses solo quieren mierda”.
Por lo que parece, fue dicho y hecho. Y aunque hoy día se duda de la
autenticidad del contenido de las latas, el mito se aguanta porque
ninguno de los propietarios de las obras se ha detenido, abrelatas en
mano, a comprobarlo. En definitiva, le gusten a uno mucho o poco
estas mierdas, o sea falso que el contenido sea realmente que el que aparece impreso en la etiqueta, el objetivo está claro: dar asco.
Manzoni, Mierda de artista, 1961 |
Ahora, ya no son obras de museo, sino películas de serie B, zombis, gore, violencia gratuita en todo
género de creaciones culturales, rasgueos de guitarras ultra-estridentes, gritos guturales, creativos insultos escatológicos y
demás creaciones las que dotan al asco como categoría estética de pedigrí y entidad propia.
Belleza y fealdad se dan la mano muchas veces, incluso nos llama más la atención algo feo y asqueroso que algo muy bello, supongo que es por que el mundo está dominado por las cosas bellas. Has leido Historia de la fealdad, a cargo de Umberto Eco? Habla precisamente de esto!
ResponderEliminarYo me imagino que el auge de lo feo se debe a muchas cosas. Puede ser una respuesta a los cánones dominantes (sobretodo allá por el s.XIX y que la fealdad, en convivencia con la belleza, haya conquistado su lugar por negación. Y lo cierto es que no, no lo he leído, aunque me lo autoimpongo como deberes, porque Eco escribe maravillosamente.
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