Pulp Fiction, 1994 |
Provocando un cierto horror, el asco emergió tímidamente desde la penumbra de lienzos y páginas de novelas hasta nuestros días, en los que con un fuerte espasmo estomacal, seguido de una fuerte convulsión interna, el asco es vomitado en las salas de cine de medio mundo en 3D. La imagen de espectadores riendo después ver el lanzamiento de un unos intestinos con efecto estereoscópico ha sustituido a los perturbadores sudores fríos de sillón y chimenea al escuchar a un cuervo hablar o a un muerto viviente arrastrar a un incauto a las profundidades de la tierra. Lo perturbador y lo asqueroso ya no son lo que eran. El fracaso de recuperar imágenes y retóricas románticas que no pasan de un manierismo forzado y patético (cuando no son más que popurrís vacíos con olor a merchandising) y el auge del mundo gore, serie B y zombi dan buena cuenta del cambio que el asco sufre.
En el asco están por igual lo mental y lo físico. Es un proceso en el que están implicados resortes tanto fisiológicos (como por ejemplo, olores o sabores) como psicológicos (visiones y pensamientos). Lo interesante para lo que nos ocupa es que los resortes psicológicos pueden verse afectados por ambiente y cultura. Sea el asco o no parte de una experiencia estética (como es el caso en este post), estos dos aspectos afectan de manera determinante
a cómo termina siendo la experiencia repugnante. Nos suele suscitar mucho asco la idea
de comer insectos o alimentos en mal estado, el sexo con animales y
las vísceras. Pero en otros lugares, se comen insectos y "mal estado" resulta un término relativo. En definitiva, el asco es (al menos en parte) una construcción cultural, variable en
función de coordenadas histórico-geográficas. De hecho, es precisamente en
virtud de esto por lo que el asco ha sido siempre algo mutable y en
definitiva, lo que ha habilitado al asco un lugar dentro de la
experiencia estética, como expusimos en el anterior post. Pero si lo
que nos hace sentir esa sensación cambia ¿qué termina por ser el
asco? ¿Somos caprichosos en torno a lo que nos suscita esa
sensación? En definitiva: ¿no hay nada que atraviese
transversalmente esa sensación angustiosa y repugnante? A este respecto, ya hemos dicho que hay algunos resortes psicológicos y fisiológicos que hacen que se dispare el “mecanismo” del asco, pero entendemos que naturaleza y cultura a
veces forman un amalgama difícil de disociar en el que el resorte
puede estar fuertemente condicionado por el ambiente. De este modo, las respuestas físicas puedan ser también objeto de metamorfosis
cultural. Por supuesto, algunas respuestas a estímulos están
bastante impresas en nuestra naturaleza, como nuestra reacción al oler los ácidos de la digestión, pero me interesa la relación que tenemos
con el asco al nivel de la cultura, en ese nivel cambiante y menos condicionado físicamente. En este
sentido, considero que sea lo que sea aquéllo que hemos interiorizado
como asqueroso, con independencia de nuestras coordenadas culturales e históricas, lo asqueroso es entendido como límite. El
asco es la línea roja que marca un cierto non plus ultra desde el punto de vista estético, moral e incluso
cognitivo. Cuando algo raya lo asqueroso, suele incomodarnos porque
el vértigo ante ese lugar inexplorado e inhóspito (lo que los
filósofos postmodernos llaman no-lugar) nos golpea y aterra.
Lo asqueroso en el arte dadá era un objetivo a conseguir. El artista trabajaba con la idea de causar escándalo y shock recreándose en lo feo y lo repugnante y señalándolo como límite. De hecho, los dadaístas pensaron que con su trabajo no era posible ir más allá, por lo que declararon que el arte había muerto. Ha llovido mucho desde entonces, y podemos afirmar que el dadaísmo se equivocó en muchos sentidos. El non plus ultra que los dadaístas pensaron intratable no solo cambió, sino que se revolucionó, dando un giro hacia el vacío. Con el fenómeno zombi, el universo gore y
gonzo aparecen nuevas formas patéticas y extremas de asco: Litros y litros de sangre, miembros amputados, engendros, vísceras, “muertes creativas”...etc. En este contexto el asco no es visto como algo que nos pone alerta frente a una línea roja que no debemos cruzar, sino que se muestra vacío de
esa sensación de repugnancia, alerta y vértigo. El límite se diluye. Lo perturbador en esas imágenes explícitas no es lo visto, no es el
espectáculo grotesco, asqueroso y patétitco que se muestra, sino las reacciones que este nos provoca. Un buen ejemplo son
las patéticas escenas de extrema violencia del cine de Tarantino, en
las que la forma y el contexto en el que se esparcen vísceras,
cabelleras, piernas y sesos nos asoman al abismo, no del límite de
lo asqueroso, lo inmoral e ignominioso, sino todo lo contrario, al
abismo de la ausencia de todo límite. El espectador atento sabe de
sobra que lo impactante no es tanto lo que ve (belleza, vuelo de
ideas y extrema violencia), sino la idea de que un mutismo moral
campa a sus anchas ante la acción violenta y brutal del ser humano.
Un mundo en el que nada nos impacta (vea ud. un rato la tele y no diga que no siente indiferencia), en el que todo puede estar justificado (lo que se empieza a conocer como postmoralidad) y no parece haber demasiado margen de maniobra individual es el que pone las condiciones para la desaparición de límites. Las vísceras y los huesos pudriéndose al sol no solo consiguen ponerlo todo del revés en la estética y en el cuerpo de los pobres zombis, sino que consiguen hacernos sentir el frío de la inhumanidad, la insensibilidad y la indiferencia. El gore y todos sus subgéneros dan cuenta, siempre desde ese lenguaje exagerado y risible, de la dependencia, la fragilidad y la tragedia del hombre ante los límites. En la “vuelta del revés” del asco extremo, uno percibe cómo lo inhumano se apropia de uno mismo y se “zombifica”: sin recuerdos, sin sentimientos, sin empatía y sin dolor. Sin embargo, parece que sin límites (lugares que marcan los lindes) para pensarse a uno mismo y al mundo, no hay punto de referencia y solo hay nada. Al mismo tiempo, los límites son nuestro corset, y solo mediante un regreso al universo limitado, repetitivo, reglado y no asqueroso (pulcro y aséptico) podemos evitar quedarnos atrapados y perdidos.
Concluido el viaje del asco, vale la pena preguntarse qué es lo que cada cual rescata del no-lugar sin límites al que las universos simbólicos de Tarantino nos transportan.
Ovejas Asesinas, 2006 |
Un mundo en el que nada nos impacta (vea ud. un rato la tele y no diga que no siente indiferencia), en el que todo puede estar justificado (lo que se empieza a conocer como postmoralidad) y no parece haber demasiado margen de maniobra individual es el que pone las condiciones para la desaparición de límites. Las vísceras y los huesos pudriéndose al sol no solo consiguen ponerlo todo del revés en la estética y en el cuerpo de los pobres zombis, sino que consiguen hacernos sentir el frío de la inhumanidad, la insensibilidad y la indiferencia. El gore y todos sus subgéneros dan cuenta, siempre desde ese lenguaje exagerado y risible, de la dependencia, la fragilidad y la tragedia del hombre ante los límites. En la “vuelta del revés” del asco extremo, uno percibe cómo lo inhumano se apropia de uno mismo y se “zombifica”: sin recuerdos, sin sentimientos, sin empatía y sin dolor. Sin embargo, parece que sin límites (lugares que marcan los lindes) para pensarse a uno mismo y al mundo, no hay punto de referencia y solo hay nada. Al mismo tiempo, los límites son nuestro corset, y solo mediante un regreso al universo limitado, repetitivo, reglado y no asqueroso (pulcro y aséptico) podemos evitar quedarnos atrapados y perdidos.
Concluido el viaje del asco, vale la pena preguntarse qué es lo que cada cual rescata del no-lugar sin límites al que las universos simbólicos de Tarantino nos transportan.
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