sábado, 22 de septiembre de 2012

A vueltas con la educación

"Academia", J.M

"LGE, LODE, LOSGSE, LOPEGD, LOCE, LOE Y LOLAILO", se podía leer hoy en las redes sociales. La acumulación de leyes y de cifras que día a día políticos y expertos nos lanzan comienza a ser una suerte de circo en el que el cuidadano empieza a sentir que el asunto es una broma pesada que parece no tener fin. Los debates y tertulias no aclaran absolutamente nada porque el universo de la pedagogía, el absorbente mercado del trabajo, el interminable debate de las autonomías y toda una serie de consideraciones legales forman un potaje infinito e infumable que aleja todo discurso en torno a la educación de su importante trasfondo humano. Con todo, esto no debería resultar chocante, puesto que cada nueva ley ahonda, cada vez más si cabe, en el proceso de deshumanización de la escuela que la convierten en los lugares grises y fríos que son hoy. El concepto de fracaso y el de rendimiento (ambos importados del imaginario de nuestro mundo competitivo, capitalista e industrializado) arrasan con todo a la hora de intentar una ley que de con la tecla del futuro y el progreso porque la priorización excesiva en estas dos ideas logra por pura hipertrofia auténticos engendros. 

Desde hace bastante tiempo el modelo de escuela está sufriendo el cambio de la inclusión de la institución dentro del panorama internacional y globalizado. "La escuela no puede ser lo que era porque debe adaptarse", se nos dice. Ciertamente, la escuela no puede darle la espalda a lo que acontece, pero en el proceso pierde a marchas forzadas sus señas de identidad porque se intenta confundir la educación con la instrucción. Estar educado es sin duda poseer una habilidades y una competencias que en suma son la prueba de que somos personas instruidas. Pero tener una buena educación es muchísimo más que estar a la cabeza en el informe PISA. A pesar de que cualquiera admitiría esto, las fuerzas que nos empujan a crear una escuela cada vez más segregada y competitiva son tan irresistibles que los fundadores de la Academia llorarían de pena al ver la cesión, cada vez más agresiva, que las escuelas hacen a los legisladores, marionetas cuyos hilos se pierden en la trama del poder. La masa de pedagogos y docentes parecen no contar para nada o no tener nada que decir si no es reforzar lo que se demanda.

La derecha española ha tenido siempre la bondad de ir de frente. Su escuela es competición, rendimiento y dar el todo sólo en lo que se exige. Ni más, ni menos. Si hay que elegir ser carpintero a los 14, pues al menos, el país ya cuenta con un carpintero. Al otro lado, "a dios rogando y con el mazo dando". Se nos han colado toda suerte de monstruos legales con cara simpática que no eran sino más de lo mismo. La LOE incluía el concepto de competencia, que a pesar de contar con el beneplácito de pedagogos de todo signo, aparece fuertemente vinculado al concepto de calidad, lo que a servidor siempre le ha parecido una puerta abierta a la entrada de otra clase de valores ajenos al universo de la educación. En general,  las últimas de las últimas reformas sólo se salvan algunos apartados dedicados a la integración y a las necesidades educativas especiales. Tristemente, estas cuestiones al final han quedado en auténtica agua de borrajas, puesto que los programas rara vez cuentan con al financiación necesaria, por lo en última instancia y al margen de leyes, las prioridades suelen quedar al descubierto en prácticas, más que en papeles.

Por mucho que la competencia social y ciudadana y la educación en valores se mente mil veces en las leyes y se implementen medios para llevarlos a las aulas, la educación está guiada por unos principios que sepultan toda actuación en este sentido. La educación griega tenía claro que había que estar instruido. En la Academia, una inscripción rezaba: "nadie entre aquí que no sepa matemáticas". Para Platón, las matemáticas y su comprensión eran fundamentales, pero tenía bien claro que eran materias instrumentales y propedéuticas y que, como cualquier griego, entendía que la educación era algo más que la adquisición de destrezas, era el esfuerzo por desplegar todo el potencial humano que cada cual lleva consigo. Todo esto seguro que suena a monserga poética y hasta puede dar pie a querer una racionalización mayor en vista de una educación en manos de poetas sentimentaloides, pero no me cabe la menor duda de que el camino contrario está adormeciendo la escuela, cosificándola y convirtiéndola en una institución alientante.

Por último, encontramos que los docentes sienten la cada vez más poderosa presión de una sociedad que exige sin conceder ningún tipo de apoyo. Internet y la tele ejercen una influencia que resulta difícil de contrarrestar en las aulas y sin embargo, ellos son la clave, porque los legisladores no se enteran de que a golpe de Ley Orgánica la educación no va a arreglarse y a producir frutos apreciables a corto plazo. Al hilo del manido tema de la docencia, recuerdo que alguien me dijo alguna vez que el techo del sistema educativo es la altura de sus docentes. Pues, mal asunto, porque los docentes de hoy son los primeros en empezar a sufrir la deshumanización del aula, que han mamado desde el primer día cuando hacían la EGB. Por si fuera poco, la crisis aumenta la presión sobre el alumno, que no tiene ni idea de lo oscuro que puede llegar a ser el futuro en un ambiente que le exige escoger cada vez más pronto qué es lo que va a ser de su vida sin saber lo triste que resulta para una sociedad contemplarlos como la nueva cobaya del Ministerio de Educación. 


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