miércoles, 12 de octubre de 2011

Obsolescencia no planificada

Dentro de no mucho, llegará el momento de votar. El electorado no consumido por el desánimo y el descrédito de instituciones y clase política (con razón o sin ella), acudirá a las urnas a legar la autoridad que le brindan las actuales formas de control del poder a las administraciones. Estas serán las responsables de tomar las decisiones que incumben a todos.

Las frustraciones, miedos e inseguridades han sido siempre uno de los instrumentos más populares entre los alquimistas del poder para hacerse con las riendas y aplicar su receta de futuro. Tanto es así, que en algunos momentos no les ha temblado la mano para sembrar la corrosiva simiente del miedo y ofrecerse al mismo tiempo como la cura. Y nuestro contexto no es una excepción, sino una confirmación de proporciones bíblicas. Ya asistimos meses atrás al campo de pruebas. Entonces, el terror colectivo al empobrecimiento, a la inmigración, a la disolución de la identidad (nacional o nacionales, de género, de raza, de orientación sexual...etc), o la pérdida de prestaciones sociales convirtieron a la masa electoral en trigo trillado, incluso mediando un naciente “movimiento” que auguraba cambios.

La inercia nos arrastra hacia una historia que parece escrita, incluso mucho tiempo atrás. Y no me estoy refiriendo a la futura victoria del Partido Popular en España, porque de haber sido otro el escenario y de haber otros protagonistas, el juicio seria bastante parecido. La clase política ha jugado sus cartas gastadas al tiempo que el conjunto de la sociedad, convertida en electorado, ha sido movilizada en torno a las reglas de juego sin demasiado margen de maniobra, lo que parece empezar a incomodar. La recurrente opción de “ataque a la totalidad” yerra completamente el blanco. En esta cuestión, Tony Judt se expresa a las mil maravillas cuando afirma que “quienes afirman que el fallo es del <<sistema>> o quienes ven misteriosas maniobras detrás de cada revés político tienen poco que enseñarnos”. En muchos casos el discurso incendiario no es más que la expresión del desánimo (justificado, sin duda), tristemente transformada en una visión de conjunto en la que el sujeto y su causa ocupan (¡oh, casualidad!) el lugar central. En suma, una suerte de “mapeado cognitivo” algo narcisista que por revolucionario se presupone inequívoco. Posiblemente y sólo en parte, en la medida en que esos bienintencionados vientos de cambio del mes me mayo se acercaban a estas formas, es posible explicar cómo ha resultado que el electorado siga siendo trillado apaciblemente por la clase política y que no haya habido gran calado. Lo que parece más visible es que la incomodidad mencionada se hace más fuerte después de comprobar que no existe margen de maniobra porque no existe maniobra más allá de la actual oferta política. De momento y hasta nuevo aviso, cualquier supuesta “nueva oferta” no hace más que anotaciones al margen, que en muchos casos no vienen sino a generar contradicción.

Toda la oferta política suele andar pivotando en torno a unos ejes que encauzan todo discurso (si es que lo hay).Cada vez que la cara y el carisma (de nuevo, si es que lo hay) del partido se dispone a leer el discurso que los publicistas del equipo han preparado para él, hay tres puntos de apoyo que no se le escapan a nadie. El primero, siempre se articula en torno al estado-nación, la forma del estado que impera en medio mundo a pesar de todo contratiempo y crítica. A este respecto, resulta interesante reparar que mientras el mundo global asiste a corrosión de dicha fórmula (debido a las críticas, en parte por la dificultad que atraviesa para redefinir su soberanía y para ser inclusivo con otras nacionalidades y culturas a la vez que sigue haciendo hincapié en la nación), identidades nacionales de todo signo, hacen acopio de toda su maquinaria retórica para reclamar su inclusión en el selecto grupo de estados-nación. No importa lo revolucionarios y vanguardistas que sean los discursos. Su estado-nación no será un producto del pasado, ni tendrá los problemas que adolecen al resto. Nada nuevo bajo el sol. Otro de los pivotes viene a ser el dogma del crecimiento. Tiempo atrás podía tener sentido movilizar a la sociedad en torno a un proyecto de mejora y progreso gracias a un crecimiento de la productividad sin límites. Había (y hay) mucho que ganar en lo social. Sin embargo, con el tiempo han aparecido dos cucarachas. La primera es cultural: El crecimiento se ha desprovisto de contenido moral y ha abandonado las metas comunes, centrándose en el individuo, lo que ha transformado al crecimiento en la compra sin sentido y ha transmutado al ciudadano en consumidor. Cada vez que un político se llena la boca relacionando crecimiento y “estímulos al consumo” refuerza esta tesis. La segunda de las cucarachas toca lo ecológico y lo ético: El crecimiento es imposible a este ritmo sin acabar destruyendo nuestro mundo. No son posibles las actuales cotas de explotación de los recursos naturales sin producir un colapso que será más grave si aquéllos residuos que tienen difícil salida no dejan de multiplicarse como ahora lo hacen. Curiosamente para muchos, “dar salida” a residuos no tiene que ver con el reciclaje ni con la reutilización, sino más con mandar contenedores de “material humanitario” llenos de ordenadores inservibles o medicamentos caducados, lo que hace que el ritmo actual no solo no sea sostenible, sino poco ético. Al final, no hay contradicción más evidente que el descubrimiento de una tendencia manifiesta a la autodestrucción.

En un momento como este, la aparición de proclamas y eslóganes cada vez más parcos y con menos contenido sugiere un tipo movilización del electorado que raya lo orwelliano. Por esto cabe preguntar si la política no se ha convertido en el último bastión conquistado por la mercadotecnia, si no se han convertido los programas políticos en productos que se presentan para aplacar nuestros miedos y frustraciones. El cuestionamiento de dogmas y la pregunta coherente sobre lo que queremos en relación con el legado, la comunidad y el respeto es una necesidad, ya que los productos de la política actual, tal cual se exponen, son claramente defectuosos o peor, meros mitos.

2 comentarios:

  1. En primer lugar, siento haber tardado tanto en leer.

    Más adecuado leerlo ahora (más cerca) que antes (el día de su publicación) o me lo parece a mi. Me gusta bastante lo que dice, esta bien escrito, pese a los paréntesis demasiado largos que hacen perder el hilo de lo que se decía antes y estoy bastante de acuerdo con todo lo dicho.

    Pongamos moral en nuestro voto y sobretodo, pongamos un voto nuestro, no uno aleatorio o temeroso o con un eslogan bonito o desprovisto de conocimiento...me parece que puede ser el momento.

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  2. Pues sí. Hace ya unos años que los poquitos intelectuales que quedan llaman la atención sobre el hecho de la ausencia de contenido moral en los proyectos. Supongo que se debe a un liberalismo hiperbólico que intenta hacer de la asepsia moral una atalaya segura para todos. Lo producido por esta concepción es un fortísimo individualismo que se ha olvidado del otro y de los proyectos comunes. Para cuando nos hemos dado cuenta, no sabemos ni por donde empezar, y da la sensación de que es peor el remedio que la enfermedad. Pero eso es solo desconcierto, nada más. Por eso, aun a riesgo de que esto parezca una caja de grillos, apuesto contigo a que se haga un voto moral, a un voto lleno de miedo (supuestamente "sensato").

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