La juventud marcha en desbandada. Es evidente que las
dificultades para desarrollar en el mundo del trabajo las habilidades
para las que se han formado toda su vida tienen mucho que explicar al respecto.
Pero considero que esto es solo un síntoma. La juventud, sintiéndose
estafada, marcha a otros lugares, huyendo de ese ambiente familiar y
mentiroso que en su día lanzó la arenga y que castiga ahora la
apuesta. Sospecho que la obsesiva búsqueda del cambio de lugar sólo
apaciguará esa sensación de hastío y enfado y que el ansiado locus
amoenus no es más que medicina
paliativa para una espina clavada, por lo que no dejo de pensar que
estamos ante algo más. Se me antoja la visión de una evasión
al más puro estilo romántico, en la que sospecho que al final no
hay nada nuevo bajo el sol porque el cielo es el mismo para todos. Y
es que los árboles que ahora dan amargos frutos, en su día fueron
abonados de idéntica manera. Así, mientras unos se marchan a
tranquilos prados verdes y fríos, buscan la calidez en tierras
vírgenes de asfalto o se refugian del sol bajo rascacielos, otros
descargan su ira contra “el sistema”. Los primeros se encuentran
en su particular idilio, mientras que estos últimos, alzan la voz
ante la parte visible de ese nosequé que agobia y enoja a la
juventud para hacerlo responsable de todo. Ese nosequé es
nuestra particular circunstancia y el anhelo de fuga, la sensación
de estafa y la ira, sus productos.
La juventud del siglo XXI hereda un
mundo construido sobre la base de ideas ilustradas, cuya influencia
sirvió para sentar las bases de las instituciones que bien
conocemos. Los frutos de aquélla época, sobretodo cuando pensamos
Revolución francesa, nos llenan de orgullo. Los viejos valores
modernos que han ido cimentando la cultura occidental salían por las
bocas de abuelos, padres y docentes. Estábamos recibiendo las
consignas para un mundo mejor en el que nosotros teníamos el papel
protagonista. Sin embargo, ahora da la sensación de que la juventud ha recibido
herramientas para la inercia y no para la construcción, en un mundo
que ya no tiene la forma que se nos dibujó en la niñez, sino que
aparece como una gigantesca criatura imparable y en ocasiones
bárbara. Así, parece que la juventud se encuentra impotente al
encontrar inútiles las herramientas y las habilidades en las que se
ha formado, a pesar de que esas mismas herramientas son las que
dieron comienzo a todo. Encontramos pues una discontinuidad entre las herramientas y la máquina que produce un fuerte desconcierto. “¿Si
estas son mis herramientas y esa es mi máquina, por qué no puedo
hacer que me obedezca?” Para muchos nosotros, que en su día
escuchamos las palabras de nuestros mayores, esta es nuestra particular
circunstancia, ese nosequé que sienta a farsa y a estafa,
pero que en realidad es la impotencia del que atisba la sombra de la distopía y carece de los medios necesarios para pensar el futuro.
Simpatice o no el lector con este sentir, parece razonable pensar que
el hastío (que lo hay, y mucho, aunque servidor pueda fallar con su
diagnostico) se descargue contra la parte visible de la máquina
(cuyo principal componente, aunque invisible, son las ideas, mucho
más difíciles de ver). Por esto, resulta razonable preguntar sobre
el estado de la universidad. Si hay más universidades y
universitarios que nunca, ¿por qué esto no parece afectar en nada a
la sociedad? Si la universidad es la cúspide del sistema educativo
en buena parte del mundo, y esta tiene la misión de formar a las
gentes de cara al futuro, tiene sentido preguntar qué ha sido de
ella y qué papel ha jugado en todo esto, cuando donde antes se encontraba guía y apoyo. La cuestión no parece tener relevancia, pero reviste mucha seriedad y hay demasiadas preguntas que hacer que no
sabemos ni cómo plantear. Más ahora en tiempos de crisis porque, si
ha pasado desapercibido para alguien, el concepto crisis económica
pone el matiz deliberadamente en el término “económica” para
esconder lo obvio: cuando hay crisis económica, hay crisis de
valores, crisis de identidad y crisis humanitaria. Si la universidad no consigue que surjan las incógnitas que puedan inspirar a la sociedad, si su influjo, a pesar que España cuenta con más universidades que nunca (y presumo que más universitarios) no se deja notar ¿es una locura pensar que la universidad ha devenido una especie de circo o parque temático de la juventud?
Se me
podrá replicar diciendo que hay iniciativas, que hay “ideas
nuevas”. Pero, siendo honesto, considero que o bien la iniciativa
es tibia, o como he dicho más arriba, no hay nada nuevo bajo el sol.
Hoy el compromiso se da sin que medien valores fuertes. Y sí, es
cierto que proliferan las ONG y los nuevos partidos, pero hay un
elemento de impotencia en la medida en que la discusión sobre
cuestiones morales parece desactivada. Cada cual va con su particular
cantinela sin que sea posible ningún tipo de debate serio, ya que la
libertad de expresión y de conciencia han devenido en una suerte de
blindaje contra cualquier posible debate con otro. Así, en estas
iniciativas falta una apuesta seria más allá de unas cuantas
acciones que, aunque resultan muy loables, además de tener la forma
de un bálsamo contra la culpa, tienden a estar vacías de contenido
moral, porque así lo desea la mayoría, que no quiere ver
comprometido su blindaje. En este último hecho hay también fuga,
pero no es hacia un lugar distinto, sino una fuga hacia un nicho
ideológico. De este modo, aunque la imagen que presentan nuestras
sociedades pueda ser la de una caja de grillos, lo cierto es que
donde hay iniciativas, los grillos son mudos desde el punto de vista
moral, o lo que es peor, la canción es escandalosamente anacrónica.
Detener
la desbandada es un modesto pero importante primer objetivo, porque
el que huye no pregunta, solo corre a buscar su cabaña. El que se
esconde no se preguntará dónde se encuentran las trampas
ideológicas que convierten a la máquina en un monstruo, dónde se
sitúan los límites y cómo han de ponerse a prueba sin producir
miseria ni injusticia.
Considero que mucha de la juventud del siglo XXI actúa por el simple hecho de dejarse llevar, hay mucho dónde mirar para aprender las razones por las cuales se dan un paso y tener el valor para darlo solo cuando uno sienta que el camino que elige es cierto y las bases sean convincentes no para él o ella si no también moralemente, pero entramos en la moral, abstracta y general quizás según el que la mire y su educación recibida a lo largo de su trayecto. ¿Dónde está lo correcto? . . .
ResponderEliminarHola Irene:
ResponderEliminarPrimero muchas gracias por comentar y por ingresar como miembro.
Con respecto a tu comentario, primero decir que el comportamiento gregario no es algo nuevo. Lo que resulta novedoso es cómo se desarrolla ese comportamiento gregario y qué bases tiene. Consideros que esa es la clave para entender nuestro tiempo pero, debido a la cercanía (y como señalo en la primera entrada ), no resulta fácil encontrar dónde están esas claves y cuál es su naturaleza. Rastrear en este sentido me interesa mucho y por eso suelo hablar bastante sobre la universidad, sobre cómo se difunden las creencias compartidas y sobre los supuestos que no se cuestionan que ponen las bases de las instituciones sociales, políticas y económicas en nuestro tiempo.
En segundo lugar hablas de entorno, educación y moralidad. Servidor no va a decir qué es LO correcto, porque no lo sabe. En el texto lo que intento señalar es que hablar de moralidad se ha convertido en una especie de tabú, lo que resulta perturbador. La forma en que el discurso sobre "lo correcto" ha podido devenir en una trampa difícil de solventar. Evidentemente lo correcto ya no se predica desde púlpitos, sino que es cada uno el que hace su inmersión en ese terreno para decidir. Lo que señalo es cómo ahora se hace eso y qué repercusiones tiene. De eso va mi comentario sobre la escafandra y sobre el vacío moral que se genera en la sociedad (cuando no ceguera idiota y borrega, que se generan en nuestra. Así que, si yo tu me preguntas qué es lo correcto, te contesto con otra pregunta: ¿la pregunta sobre lo correcto se formula seriamente? ¿Se llega al fondo cuando uno se hace la pregunta o se limita a dar una respuesta generada a priori que le hace sentir bien y que anula la perturbadora pregunta? La educación de la que hablas tiene mucho que decir en esto ¿se nos educa para hacer las preguntas o para dar respuestas? (se entiende, que hablamos de las preguntas que otros van a formular y que seguramente, sean preguntas dóciles cuya respuesta está al alcance de la mano, en un libro de texto o en boca de cualquiera).
Un saludo y gracias
Tener inquietudes y preguntas es sencillamente la clave que tu tienes y quizá sin darte cuenta has heredado una cualidad de la que no eres consciente. Yo opino igual que el autor del texto, yo tampoco se que es lo correcto y te no digo como persona moral - que también existen- Tienes la sensación de que la sociedad espera mucho de ti...
ResponderEliminarLa sociedad espera cosas porque tu formas parte de ella. Es a la vez el legado de las generaaciones anteriores a la nuestra y el mañana de las generaciones posteriores. Y como no estamos nadando en el vacío ni construyendo desde cero, algo nos toca.
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