domingo, 17 de julio de 2011

Incómodo hoy

Alguna vez he oído reproches a Ortega y Gasset al respecto de su tendencia a lanzar serias tesis sociológicas sin más fundamento que su propia impresión. Aunque esto pueda ser una imprudencia, me inclino a pensar que quien permanece despierto observando alrededor, acaba depositando en su interior una especie de poso en el que es posible encontrar algo parecido a un “sentir general”. Para esto, no es necesario ningún malabarismo filosófico, sencillamente estando atento es posible pensar de modo generalista, enlazando los sucesos que acontecen, los saberes recogidos y el sentir particular. Me arriesgaré a decir que para colocarse uno en algún lugar, es necesario pensar de ese modo generalista. Hace falta hacerse algo parecido a una idea de mundo y colocarse en él. De lo contrario, no habría manera de saber quién es uno, donde está y hacia donde debe ir. Pues bien, Ortega y Gasset dedicó gran parte de su vida a pensar al hombre en relación con su tiempo, y entendió, tras estar largo tiempo meditando en torno a ese poso, que en su tiempo los individuos se encontraban en una situación incómoda.

En el siglo XX algunos filósofos tenían la confianza de que habían dado con la tecla: el ser humano era libre, era dueño de la historia y la responsabilidad de su autodeterminación recaía en él mismo. Todo lo que un hombre hacía en su vida determinaba su relación consigo mismo, y en cada acción cada hombre se hacía a sí mismo. Algunos lo dijeron tajentemente: El hombre no era nada, el hombre se hacía haciendo. De este modo, la responsabilidad adquiría una nueva y aconcojante dimensión. Al mismo tiempo, encontramos que los primeros años del siglo XX se hicieron tristemente célebres por el gas mostaza, la leva obligatoria, las trincheras, los bombardeos a civiles, los guettos, el esfuerzo de guerra, la movilización total y la censura entre otros pesares. El ser humano no había sido capaz de cumplir con sus propios planes de progreso y su esfuerzo por autodeterminarse y hacerse a si mismo habían resultado como poco catastróficos. Había producido más destrucción que libertad o felicidad, y algo tenía que ser dicho al respecto porque después de todo, cuando ocurren cosas así es que algo realmente no funciona bien. Faltaban aún tres años para el fin de la Segunda Guerra Mundial pero ya en 1942 Ortega y Gasset dijo: “No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”. Ortega percibía angustia en el ambiente. Y no solo estaba pensando en la guerra y en los horrores que conocía, pensaba también en lo incómodo, angustioso y vergonzoso que en mitad de todo aquéllo resultaba pensar al hombre, porque si el hombre tenía que hacerse a si mismo, tenía que contar con todo esto también. No había lugar donde el hombre se pudiera esconder de sus propios fantasmas.

Las narraciones sobre aquél tiempo, en concreto sobre la Segunda Guerra Mundial, todavía siguen siendo en algunos puntos confusas y siguen creando polémica. Hay disputas serias sobre la naturaleza del holocausto, las causas a nivel sociológico del auge de los totalitarismo y del papel de la técnica en todo esto. Sin entrar en las polémicas, hay algo común a todas ellas y de la que ninguna puede sustraerse. Se trata de la enormidad. El mundo se había ampliado de una manera que resultaba fantástica gracias a la máquina más brutal jamás generada: la unión perfecta y coordinada de todas las máquinas conforme a un plan, con la que era posible casi cualquier cosa. El hombre se sentía incómodo y no sabía qué le pasaba. Posiblemente, le pasaba esta enormidad. Esta enormidad se podía reflejar en muchos ámbitos, pero en el trabajo los nichos laborales se habían diseccionado casi infinitamente y cada parcela de ese mundo laboral se cubría con un individuo, a la manera de un engranaje. Entendido así, como un mero engranaje, las consecuencias de los actos que uno realizaba en su día a día se escapaban del ámbito de lo cotidiano, y la sensación de infinitud y de impotencia se acrecentaba. Crecía la incomodidad.

Hoy parece que todo aquéllo queda muy lejano en el tiempo. Y para olvidar ayuda decir eso de “siglo XXI”, pero la enormidad que atraviesa el mundo en que la la tesis de Gasset fue enunciada no solo persiste, sino que resulta todavía más vasta y desmedida. Términos populares como “aldea global” dan buena cuenta de lo que estoy hablando: La técnica sigue su rumbo en aras de una mayor dominación del mundo circundante; la economía transnacional se nos escapa de las manos; las agencias gubernamentales multiplican cada vez más sus recursos y su burocracia para que nada se les escape; el conocimiento se mide en función de su rendimiento económico; el mundo de las armas ha llegado al absurdo y es posible una aniquilación total; el individuo encuentra una creciente reducción de sus posibilidades y sus expectativas de vida ante una creciente, y en algunos casos absurda especialización que le obliga a tomar decisiones vitales cada vez más pronto y con menos margen de error. Finalmente, la red de redes. Internet juega un papel fundamental en esa sensación de enormidad y en su coordinación (¿o descoordinación?), además de resultar ser contenedora (literalmente) de la vida de las personas. La vida en código. Me encuentro algo incómodo.

4 comentarios:

  1. Estar asustado es tener algún tipo de miedo, y siempre se tiene miedo de algo. Hoy día quien no tiene cierto temor al respecto de la cantidad de poder y destrucción que podemos desatar no sabe de qué va la película, además de no haber entendido la entrada. Además, es importante saber que hay distintos tipos de miedos: los hay paralizantes, los hay acuciantes y los hay angustiosos.
    Respondiendo: si la pregunta era una pregunta capciosa para señalar al autor como “miedoso” no ha tenido éxito. En todo caso, soy “temeroso de”. Ese no es un miedo o temor paralizante, sino uno acuciante, angustioso y, como digo, incómodo. Acuciante porque pone en marcha el pensar y en la medida de mis posibilidades, el actuar. Es angustioso porque aunque en algunos momento uno es temeroso de algo en concreto, la angustia es un tipo de miedo a nada y a todo a al vez. La enormidad y la impotencia puede desplegar esa angustia. ¿Y por qué digo incómodo y no asustado? Precisamente para no confundir con miedo paralizante y para reflejarla angustia y el “temor activo”. Es más, ocurre que la incomodidad no le impide a uno moverse y pensar. Unos está incómodo pero no inútil. Más bien, la incomodidad suele ser lo que pone en marcha. Ese es un importante detalle, crucial para no quedarse mirando, ni escondido en algún lugar.

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  2. Lejos estaba mi intención de que la pregunta fuera capciosa, no era más que una forma de avivar este espacio con alguna pregunta y de paso expresar que lo he leido. Eso sí, puede resultarlo aunque esa no fuera mi intención.

    Una forma bonita (y larga) de decir que también es miedo, que era lo que preguntaba.

    Yo lo llamaría "temor angustioso", la angustia no suele dejar a las personas inútiles, más bien les hace uir o intentar acabar con ella. Ahora, igual con 1 o 2 palabras no basta para describirlo, pero pienso que es sufiente lo que ha escrito aqui arriba.

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  3. Me parece genial lo de avivar el espacio. Es lo que siempre pretendo. Sí, el temor angustioso suele provocar una sensación de desagradable ahogo que suele acabar con algún tipo de olvido, escondite o ceguera. Intentar luchar también es habitual, pero si al angustia es auténtica, angustia "de primera clase", el foco de la misma es difuso, difícil de captar y gigante. Entonces la lucha se hace de proporciones idénticas y retroalimenta la angustia.

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