viernes, 28 de diciembre de 2012

¿Por qué podemos dejar de creer en los Reyes Magos y nos cuesta dejar de creer en Dios?

"NGC 7294, Nebulosa Hélice o El ojo de Dios" NASA

Aunque la comparación pueda molestar a quien entienda que comparo irreverentemente una  mentira piadosa con las creencias teístas, ruego, antes de que nadie pierda los papeles, se me deje el espacio necesario antes de los ladridos para explicar el enfoque que me lleva a la pregunta y por supuesto, a a mi respuesta argumentada. Por supuesto, la sorna que puede haber en la comparación es una irreverencia puesta ahí con conocimiento de causa, pero su objetivo no es el escarnio, sino una puesta en cuestión irónica para hacer frente a una idea potente y habitualmente sacralizada. Y en este sentido, siempre he sido bastante irreverente, porque para hacer crítica, el respeto a lo sacro carece de sentido.

Los seres humanos nos hacemos grandes y pequeños haciendo y contando las historias. Las contamos para engrandecer y empequeñecer las cosas. Dotamos de sentido sagrado unas y de profano otras, mientras que relegamos un determinado grupo de historias al cajón de los tabúes. La historia de un Dios creador y providente es una de las historias con más recorrido en la historia humana, como también lo han sido los panteones politeístas de las primeras civilizaciones (y presumiblemente, durante la prehistoria). Por su parte, los Reyes Magos son producto del imaginario colectivo de la cristiandad, reconvertidos, dentro de una tradición popular, en seres mágicos y misteriosos que juzgan nuestras acciones durante el año y premian con regalos el buen hacer de los niños. En definitiva, seres bastante parecidos al famoso "coco", "hombre del saco" y demás miembros del selecto grupo de los asustadores, aunque en una más versión amable y por encima de todo, comercial: regalos a cambio de buena conducta. Ambas historias comparten la necesidad de los hombres de fabular para modelar la conducta y de lograr que los seres humanos, a través de ideas de diverso género, nos socialicemos. Y no hay mejor forma de socialización que la comunión en ideas compartidas, algo mucho más amplio que el floclore, puesto que las historias que se cuentan son el carácter de un pueblo, englobando sus valoraciones, gustos, moral y en suma, su identidad. Las historias encierran el ethos de un pueblo.

La historia del teísmo es, sin quedarnos cortos, la historia con mayúsculas para casi la totalidad de la humanidad durante al menos los dos últimos milenios. Desde la aparición del teísmo (fundamentalmente teísmo musulmán y cristiano), buena parte del ideario de la humanidad ha sido modelado a partir de un conjunto estructurado de creencias:

1º La existencia de un único ser supremo perfecto.
2º Eterno.
3º Omnisciente y omnisapiente.
4º Creador del universo y de la tierra.
5º Creador del ser humano.
6º Legitimador y garante de la moral de los seres humanos.
7º Garante de la justicia de los seres humanos.
8º Garante de una vida feliz en el más allá a través del viaje del alma inmortal tras la muerte.
9º Providente.

Todos los aspectos de las vidas de los hombres han tenido que ver con esta serie de creencias desde que su hegemonia se afianzó durante la decadencia del Imperio Romano. La expansión del Islam, con unos preceptos esencialmente idénticos, continuó su labor tanto en territorios en los que estas ideas ya existían como en territorios donde este imaginario era exótico y desconocido. Cuando la Edad Media quedó atrás y el teocentrismo parecía quedar superado, buena parte de este imaginario continuaba acompañándonos, adoptando otras formas y nombres. Incluso hoy, que vivimos en un supuesto mundo desencantado, se encuentran poderosos vestigios en el imaginario social. Nos resulta difícil desprendernos de una historia con una tradición tan larga como esta, pero por encima de todo, nos cuesta desprendernos de una historia que ha configurado nuestro propio autoconcepto, nos ha dicho quiénes somos. Así, podemos decir sin reparo que en nuestro contexto las creencias que antes enunciábamos resisten con algunos cambios. Algunas se enuncian más o menos como las oímos:

1º "Hay algo", se suele decir.
2º Ese algo es eterno, porque existe antes de que todas las cosas existieran.
3º Casi con toda seguridad, ese algo es omnisciente y omnisapiente.
4º Si existe ese algo, debe haber creado el universo y la tierra.
5º Ese algo es, por tanto, causa de todo, ergo es causa de la existencia del ser humano y la conciencia.
6º Ese algo sabe qué es el bien, luego el bien existe y está cercano a ese "algo".
7º Ese algo conoce la justicia, luego la justicia con mayúsculas tiene algo que ver con ese ser.
8º "Yo creo que algo de nosotros pervive cuando nos morimos", se suele decir.
9º "Yo creo que todo tiene un porqué y un fin", se suele decir.

La idea de que alguien "cuida" de nosotros; que de algo emana toda la razón y toda la sabiduría; que la moral está salvaguardada por la existencia de un bien que emana de "otro mundo", de un ser perfecto; que hay cosas imperecederas que ni se corrompen ni se mueren; que la vida puede ser amarga pero que luego, tras la muerte, todo irá bien, ha terminado siendo para muchos, su piel y su carne. Todas estas cuestiones juegan el papel de cimientos para todas las demás creencias.  Y aunque nos creamos a salvo de todo lo anterior, se puede poner un ejemplo de cómo estas ideas se cuelan por las ventanas oscuras de nuestra conciencia a través del imaginario colectivo, como es el caso de lo que los psicólogos llaman "mentalidad sacrificial". Este tipo de razonamiento (muy occidental), se identifica tras un fracaso que ha sido precedido de un gran esfuerzo. La mentalidad sacrificial está cargada de 7º y 9º: cuando a pesar de esforzarnos mucho en alguna tarea, las cosas han salido mal, nos frustramos porque esperamos que en virtud de una especie de "milagro" todo esfuerzo antecede a una recompensa. Esperamos una especie de providencia o justicia universal siempre que emprendemos una empresa complicada que recompense dicho esfuerzo con éxito. Curiosamente, esta mentalidad está presente en creyente y ateos por igual. Sobre este tema un psicólogo no se mojaría demasiado, diría que es un hábito cognitivo producto de la tradición, pero es todo cuanto hace falta: es producto de las historias que se han contado y se cuentan.

La verdad es que al lado de la importancia que tiene el teísmo en nuestra cultura, los Reyes Magos no parecen pintar mucho en esta historia porque, básicamente, nos cuesta descreer del teísmo porque nos mantiene en la calidez y la seguridad de una conciencia inmóvil e imperturbable. Hay tradiciones que entienden a Dios como el ser que nos hace encontrarnos siempre protegidos. Desde esta tradición, la fe transmite la sensación de que uno puede estar completamente seguro incluso en un bombardeo. Esto no significa que tengamos garantías de que no nos va a pasar nada, sino que tenemos la paz de estar tranquilos siempre, aun cuando nuestra vida corra peligro. Por contra, no nos cuesta mucho hacernos a la idea de que los Reyes Magos no existen porque la diferencia entre una historia y otra es que una se ha fabulado conscientemente como una mentira y la otra no. Los Reyes Magos, a pesar de estar mentados en el Evanegelio de Mateo (supuesto hecho histórico), son un ardid de los adultos para controlar a los niños. Son una mentira fabulada a propósito que, llegado el momento, hay que desvelar para salvaguardar la integridad moral de los niños. Convenimos que esto es así porque entendemos que llegado el momento, el niño no debe necesitar un un móvil material para hacer las cosas, ni un asustador para coartar o condicionar su acción. Sin embargo, mi intención no es quedarme aquí. Tras haber respondido parcialmente a la pregunta inicial, debemos preguntarnos si la historia del teísmo no es esencialmente igual que el engaño de los Reyes Magos, si no es una fábula que sólo nos proporciona sentido y seguridad. 

A lo largo de su historia, el teísmo sólo ha ido perdiendo coherencia. Ni el problema del mal, ni el absurdo de las pruebas ontológicas, ni los argumentos a favor de los milagros, ni los argumentos cosmológicos han dado con razonamintos compatibles con el teísmo tradicional (el que se ha enunciado en nueve puntos). Habitualmente, sólo se lograban demostraciones de teísmos-light que podían demostrar una combinación muy limitada de las nueve características que hemos enunciado. Y casi siempre, las más trascendentales y más importantes para el hombre (las que tienen que ver con la providencia, la moral y la justicia) debían quedarse fuera por inconsistentes o indemostrables, con lo que al final no queda más que un Dios reducido a la última expresión, un Dios minimalista "primera causa" o algo similar. En suma, un Dios que no tiene nada que ver con los seres humanos (un Deus ex machina) y sobre el que no tiene demasiado sentido decir mucho (porque prácticamente no es nada o, al menos, no es nada que condicione la vida de los hombres). Ante este panorama, sólo queda creer en el teísmo por la tradición (porque así lo aprendí) o por la fuerza del propio creer (el "querer creer" unamuniano). Y es que, al final, resulta que la ironía de Hume, aquélla decía que lo realmente milagroso no es que la gente crea en los milagros, sino que la gente crea en Dios, tiene más certeza que broma. La esperanza, el querer creer, su naturaleza sagrada y por encima de todo, el hecho de que sea una historia pensada para no ser desvelada, una historia que ha sido pensada como una verdad en sí a la que no se puede renunciar sin caer en la corrupción, sostienen el teísmo y lo hacen parecer intocable al lado de otras historias. Pero desvelar es precisamente eso: ante el estupor del que siente que una parte de su vida se mancilla, el acto de desvelamiento es el acto de poner entre paréntesis las historias para preguntarnos por su sentido y sus implicaciones. ¿De verdad queremos creer en un ser supremo que nos cuida, nos dice qué es verdad, nos promete justicia extraterrena, nos dice que nuestras acciones y creencias más sensibles y primordiales son infalibles y eternas (a saber: Dios existe y el bien no emana del criterio del ser humano, sino de Dios), que no nos equivocamos nunca, que viviremos para siempre y que nunca encontraremos razonable dudar del sentido de las cosas? Sea cual sea la respuesta, espero que se me conceda proponer una historia más, una en la que el ser humano pone las riendas de su existencia sólo en él y en los suyos, en su voluntad, su sentido de la responsabilidad y el cuidado y en general, en sus capacidades para afrontar lo bueno y lo malo, la claridad y la oscuridad, la vida y la muerte.


jueves, 20 de diciembre de 2012

El cajón: Philip Roth


"Luchas contra tu superioridad, tu trivialidad, procurando no tener unas expectativas irreales sobre la gente, relacionarte con los demás sin una sobrecarga de parcialidad, esperanza o arrogancia, lo menos parecido  a un carro de combate que te es posible, sin cañón ni ametralladoras ni un blindaje de acero  con un grosor de quince centímetros. No te acercas a ellos en actitud amenazante, sino que lo haces con tus dos pies y no arrancando la hierba con las articulaciones de una oruga, y te enfrentas a ellos sin prejuicios, como iguales, de hombre a hombre, como solíamos decir, y sin embargo siempre los malentiendes. Es como si tuvieras el cerebro de un carro de combate. Los malentiendes antes de reunirte con ellos, mientras esperas el momento del encuentro; los malentiendes cuando estáis juntos, y luego, al volver a casa y contarle a alguien el encuentro, vuelves a malentenderlos. Puesto que, en general, lo mismo les sucede a ellos con respecto a ti, todo esto resulta en verdad una ilusión deslumbradora carente de toda percepción, una asombrosa farsa de incomprensión. Y no obstante, ¿qué vamos a hacer acerca de esta cuestión importantísima del prójimo, que se vacía del significado que creemos que tiene y adopta en cambio un significado ridículo, tan mal pertrechados estamos para para imaginar el funcionamiento interno y los propósitos invisibles de otra persona? ¿Acaso todo el mundo ha de retirarse, cerrar la puerta y mantenerte apartado, como lo hacen los escritores solitarios, en una celda insonorizada, creando personajes con palabras  proponiendo entonces que esos seres verbales están más cerca del ser humano auténtico que las personas reales a las que mutilamos a diario con nuestra ignorancia? En cualquier caso, sigue siendo cierto que de lo que se trata en realidad la vida no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una y otra vez y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos. Tal vez lo mejor sería prescindir de si acertamos o nos equivocamos con respecto a los demás, y limitarnos a relacionarnos con ellos de acuerdo con nuestros intereses. Pero si usted puede hacer eso... en fin, es afortunado".

Philip Roth, Pastoral Americana, 1997.

domingo, 16 de diciembre de 2012

la ratonera (IV): últimas reflexiones

"CD", J.M

Las ideas potentes resisten el paso del tiempo. Mucho más si quienes las mantienen vivas se encargan de traerlas a la actualidad repensadas y vivas, aunando radicalidad y viveza. Sin embargo, ocurre que para eso hay que enfrentarse a ortodoxias y conservadurismos que encontraremos siempre que haya un cierto halo de veneración en torno un corpus doctrinal. Y es que, en el fondo, todos llevamos un pequeño inquisidor dentro. Posiblemente, incluso el más romántico pensador adorniano caiga en la paradoja de hacer de la tesis en torno al concepto como arma de dominio le lleve a afirmar una especie de non plus ultra para la filosofía. Con las tesis de la industria de la cultura que han sido el leitmotiv de la serie puede ocurrir tres cuartos de lo mismo.

Anteriormente, podía dar la sensación de que la tecnología e internet son ambivalentes en este juego de la industria cultural. Pueden ser entendidas como enormes estómagos culturales que dulcifican lo que debiera ser un arte poderoso, rabioso, actual y crítico como si de una máquina de empobrecimiento cultural masivo, o bien por el contrario,  ser una máquina perfecta y eficaz en la difusión de las ideas y totalmente imprescindible para el libre intercambio de pensamientos y para la expansión de límites conceptuales y sistémicos. No vamos a jugar al juego Aristotélico del término medio ni al Hegeliano de la superación por medio de síntesis. La industria de la cultura en la actualidad refleja con fuerza los valores del liberalismo económico y politico más rancios y alientantes. Sin embargo, como se ha suscitado en anteriores post, la masa tiene una cara que podría adecuarse a la idea de dialéctica negativa que juega un importante papel en la ratonera cultural. La masa se entiende aquí como un concepto que habilita una forma de crítica que no está destinada a superar una situación dialéctica para llegar a la luz de la verdad. No estamos en el discurso épico del héroe que progresa y que va saliendo de la caverna porque hemos llegado a un punto en el que sabemos bien que no hay otra cosa que la caverna. La masa habilita el discurso informe que es, de hecho, el discurso de nuestro tiempo, el de una criatura que debe aspirar a una crítica destinada a la corrección de rumbo, a la llegada de nuevas coordenadas de análisis y sobretodo a afianzar la idea de que no es posible un esquema cerrado para todos y todas las situaciones. No más que caverna. En la industria cultural, la masa tiene un sentido despectivo que suena especialmente elitista, incluso clasista. La masa es lo que en otro tiempo se llamaba espectador. La masa es la categoría clave en nuestros días. Es en el zombi, la forma más rabiosamente actual que adquiere la masa, donde se encuentran los trampolines discursivos que van más allá de los tópicos de la alienación y el dirigismo que suelen acompañar a modo de denuncia a la estética del zombi. Porque el zombi no es sólo la figura horrorosa de la masa alienada y dirigida  como lo puede ser el comprador compulsivo en los grandes almacenes (ahora que se acerca la navidad, toca). El zombi es la figura que derrama, derrama su fuerza sin freno, arrasando. Derramamos en internet, a modo de fragmentaria narración, nuestra vida. Internet, la tecnología que la soporta y los medios de reproducción que están en la base son los que habilitan nuevos espacios creativos que juegan al juego de la cultura de masas haciendo más fácil que nunca el intercambio. En Filosofía zombi, el zombi que describe Jorge Fernández Gonzalo (la masa), se encuentra inmersa en el juego del derramamiento de la propia vida en internet. La experiencia propia se hace narración que sin más, circula. Libre de los rigores de la industria de la cultura y libre de la necesidad de plasmar bajo un gran paraguas retórico o narrativo, como hicieron los artistas de vanguardia o los filósofos modernos, el zombi de internet encuentra un oasis con sus propias reglas:

No existe la verdad, existe el goce. La intervención de signos en la esfera postmoderna no pretende mostrar la verdad ni en el discurso del político ni en las filtraciones de Wikileaks, sino el goce del derramamiento semiótico y del juego de discursos. 

Posiblemente estemos viviendo una época en la que la industria y los enormes lobbys culturales estén maquinando la manera de homogeneizar también internet de manera más potente (!más potente que facebook, twitter y blogger¡). Con la masa tan activa y potente, no sabría predecir si será más sencillo o por el contrario, será imposible homogeneizar internet como ha ocurrido con la tele y la radio. Sin embargo, La industria de la cultura como tesis arrastra un cierto tufo elitista que hoy no encaja. Huxley pensaba desde esta perspectiva elitista, predecía un mundo en el que todo el mundo pudiera escribir o montar un grupo de música. Lo veía como una triste involución. Hoy día, percibimos los riesgos, percibimos la vigencia de las tesis sobre la industria de la cultura y se observa la ratonera cultural, pero al tiempo no podemos evitar pensar que los tiempos del viejo arte se han acabado y que la creatividad, aunque está fuertemente dirigida, ya no es cosa de unos pocos. 

lunes, 26 de noviembre de 2012

La ratonera (III): internet y tecnología ¿nuevas formas o más de lo mismo?

"Reading girl in hovertime", Gerard Stolk

La ortodoxia en la creencia de las tesis fundamentales de la industria de la cultura lo desvaloriza todo. Cualquier intento de producción cultural está henchido de valores mercantiles y control de los sujetos. Los valores del dominio se instauran en todo: desde unas zapatillas, pasando por un programa de entretenimiento, un disco de rock, una película de alienígenas...Porque para todos hay productos culturales, todos tenemos objetos de consumo cultural pensados para nosotros cuyo núcleo fundamental es el humo. A pesar de todo esto, el universo mediático y hipertecnificado puede arrojar algún resquicio de escape a la lógica de control que estrangula con la fuerza de los discursos y las narrativas "de éxito" que trinfan en los vehículos habituales de la industria de la cultura. Curiosamente, internet y las tecnologías de la información, además de ser nuevos métodos de control de la información y nuevos espacios para la creación, venta y consumo de productos culturales, son espacios que cimentan nuevas formas de hacer y contar historias.

Como cualquier idea o concepto, su forma suele ser hija de un tiempo y de una persona que estaban en movimiento. Las personas mueren y las ideas, permanecen. Ahora bien, si no queremos ser siervos de monolíticos e impenetrables dogmas, las ideas han de verse a la luz del magma que es el espacio vivo donde se vierten, el espacio vivo del contacto con otras ideas, con el magma imparable del paso del tiempo y de los cambios sociales, políticos económicos y tecnológicos. Por todo esto, no podemos pasar sin más por la obra de Adorno y Horckheimer sin hacer crítica ni contraste de sus ideas. Porque a pesar de la enorme actualidad, agudeza, profundidad y cercanía en el tiempo de sus ideas, sin tal crítica no haríamos de las tesis de la industria de la cultura más que un pobre títere a partir de hilos y cadáveres conceptuales y con ello, filosofía muerta. El vídeo del pasado post nos puede servir de referencia y a mi juicio, un perfecto ejemplo de "filosofía al pie de la letra". Vamos, doctrina en una palabra. La película que cita no es que sea una maravilla del séptimo arte, pero el modo en que se analiza (la falta de "espacio para la imaginación"), es como poco una hipérbole. Es un hecho que los ritmos narrativos extremadamente rápidos y los fuegos artificiales abundan en las producciones de la industria de la cultura. Sin duda, toda esta parafernalia es el aderezo que envuelve los pobres productos de esta industria, pero con los actuales medios de reproducción y distribución, la forma de contar historias cambia. Para bien o mal, estos ritmos conviven con otras formas de narrar. El ritmo frenético no se puede parar en el cine y posiblemente, ese es el contrapunto romántico a lo que pasa en casa con los reproductores y el cine en streaming. El humo que está envuelto en el frenesí se puede parar para dejar al descubierto lo que tenga en sus entrañas el  filme. La interacción es posible incluso con el ritmo más absurdo que se nos presente. Es más, es posible un diálogo entre los espectadores reunidos, puesto que el ritmo ahora está en manos del propio espectador, que controla el aparato que reproduce. El fenómeno del home cinema es una jugada de la industria para vender reproductores caseros, sí, pero al mismo tiempo induce una nueva forma de hacer y ver que pone el énfasis en el manejo libre del tiempo por parte del espectador y en la posibilidad de la reproducción repetida. No tiene ningún fuste decir que la parafernalia en el cine es, per se, la muerte de la imaginación y de la interacción.

Tristemente, es innegable que el cine y otros productos culturales enormemente dependientes de la industria sigan pensándose como panfletos y sigan siendo una suerte de espejo del propio estilo de vida; funcionando como un reality en el que todo va como esperábamos, y nada pasa. En última instancia, este espejo nos recuerda qué clase de nicho social ocupamos. Son control e identidad: Nerd, rockero, cani, punky, ecologista, "cultureta", hipster, revolucionario, jugador de golf, amante de las fotos... Sin embargo, es curioso cómo en todo este torbellino algo nihilista se sucede el fenómeno de la reproducción a través de Internet. Porque a través de la red es posible revivificar lo que parecía bien catalogado, ordenado y domesticado. En Internet, la reproducción masiva de Walter Benjamin puede cobrar auténtico sentido. La masa, un concepto habitualmente entendido con fuertes connotaciones negativas, se habilita como un concepto antagónico al de oligarquía. En este caso, los oligarcas culturales tienen enfrente a la masa informe y mayormente libre de Internet. Es en la red de redes,  un lugar en el que por definición es posible crear y difundir y donde es posible exponer sin vender, la industria de la cultura tiene una suerte de cortafuegos, puesto que es posible la creación y la difusión sin los recursos narrativos y expresivos que se explotan tradicionalmente por la industria, con la consiguiente incremento de la independencia creativa que todo ello arrastra.

De todos modos, se puede aducir que la irrupción de internet ha cogido a la industria por sorpresa y por tanto podemos suponer que su recién estrenado estómago digital está, por el momento, poco desarrollado,  pero que será en el futuro un eficiente devorador. Las tesis de Adorno y Horckheimer son poderosas y persistentes porque donde aparece la reproducción masiva suele aparecer el poder de la industria y su tendencia a homogeneizar. E internet también es un negocio, una industria: twitter, itunes, facebook, blogger... Es necesaria una crítica más profunda y una forma distinta de entender la masa, o estaremos obligados a admitir que en el ácido estomacal de la industria cultural todo se iguala, sea una novela de vampiros vendida en la fnac o el post de un blog de noticia

domingo, 18 de noviembre de 2012

La ratonera (II): ¿Como los playmobil?


La esencia de la industria de la cultura es la serialización y la capacidad de brindar a los individuos un producto acorde sus necesidades en función del nicho social al que pertenezcan. El negocio redondo de la industria cultural y la imposibilidad de que la cultura quede libre de las inercias de la industria son independientes del sistema económico y político, siempre que la entendamos como la penetración de los valores y la lógica mercantil, burocrática y controladora en el seno de lo que en el pasado llamábamos arte.

La mercantilización está servida en la forma en que los productos se diseñan y se venden. La cuestión no es sólo que los productos se serialicen, sino que en dicho proceso los productos se piensan bajo la forma de la serialización. El viejo artista piensa ya su obra bajo la lógica de la serialización, que es un subproducto de la lógica de la homogeneización, hija esta úlitima de la lógica de la mercadotecnia. La metáfora la sirven los simpáticos playmobil. Cuando vemos una colección de estos divertidos clicks, solemos encontrar distintos personajes, como el playmobil fontanero, el pirata o el policía. El análisis curioso (y algo destructivo) de un niño al eliminar e intercambiar accesorios revela que todos los playmobil son iguales. El accesorio que transforma al "playmobil base" (el casco, catalejo o herramienta), no difiere en nada del proceso que produce al propio playmobil básico. Los accesorios y el click llega un momento en que se identifican, puesto que todos los objetos de la industria cultural son hijos de la misma máquina, cuyo objetivo es, en el caso de que el click tuviera conciencia, ofrecerle los productos él esperaría del lugar que la máquina le ha asignado. La teoría de la industria cultural termina por afirmar que la conciencia de la masa y los productos culturales son la misma cosa (playmobil y accesorios). Al final, nuestra conciencia es también un producto seriado, a la espera de más objetos serializados.


Con todo, y a pesar de la enorme agudeza a la hora de dar cuenta de cómo nos nutrimos culturalmente, llega un momento en el que la industria de la cultura puede producir la deleznable sensación de ser una nueva teoría del todo. Todo queda explicado y reducido a los términos de la teoría. Nada se escapa. Y la verdad, lo incómodo de esta idea es que resulta tan potente y está tan pegada a nuestra vida que es fácil que nos ahogue. Sin embargo, no deja de ser una gran certeza el hecho de que toda la vida, incluida la vida de esparcimiento y enriquecimiento cultural, está mediado por la mercadotecnia, lo que resulta una angustiosa situación.

Retomando la ideas de Benjamin, al que habíamos dejado como un comprometido revolucionario, se intuye que gracias a internet es posible ir más allá  de esta teoría del todo con la idea de la ultrareproducción. Dijimos que internet sería el paraíso para Benjamin, aunque en opinión de servidor, sería más bien la puerta por la que sus ideas pueden esquivar el enorme problema que la reproducción masiva tiene al asociarse con la industria, que necesariamente transforma  el arte en algo que se ahoga en la reproducción seriada y homogenea y que cada vez se convierte en el estandarte de los valores del consumo y la alienación. Vemos que el vídeo menciona a internet, pero apenas dice nada de su poder para alienar y homogeneizar la conciencia. Es cierto que la industria cultural intenta copar cada vez más espacios de la red de redes, pero en ella todavía es posible la reproducción masiva que puede dar lugar a conocimiento y difusión de ideas sin la colaboración de la gran industria. Es posible que seamos como los muñequitos de plástico en algunas parcelas, pero Internet puede ser por ahora un bastión, un oasis. El concepto masa adquiere una nueva dimensión en estas coordenadas.

jueves, 8 de noviembre de 2012

La ratonera (I): Reproducción masiva e industria cultural


Da gusto tenerlo todo: Bibliotecas, videotecas, musicotecas... Prosa, verso, cartas, ensayo, crónica... Jazz, clásica, metalcore...Todo está al alcance y lo mejor que es es increíblemente fácil conseguir y realizar una copia (obviamente, dejando cuestiones legales aparte). Es el sueño divino de la vieja biblioteca de Alejadria: conocimiento, técnicas y cultura al alcance de todo aquél que sepa dónde buscar.

La exclusividad en el acceso al saber y la cultura casi ha desaparecido con lo que Walter Benjamin llamaba "reproducción masiva". Hoy día la orquesta sinfónica o el grupo de folk salen de los escenarios para llegar a nuestras casas a través del reproductor. Las imprentas han hecho posible el acercamiento a los museos sin salir de casa y la velocidad de las mismas hace que las publicaciones en papel de todo género se actualicen y florezcan sin freno. La tecnología posibilita reproducciones de gran exactitud de obras de arte de inmenso valor sin demasiado esfuerzo técnico para terminar trayéndoles a las aulas a través de proyectores y fotografías. Sin duda, hoy entendemos la diferencia entre un original y una copia y sabemos valorar una cosa y la otra, pero a la vez concedemos gran valor a la facilidad con que podemos acercarnos a productos culturales que de otro modo nos estarían  vedados. La reproducción masiva y el fenómeno de internet que lo engrandece nos acercan las cosas, lo cual es un gran avance, ya que antaño había que moverse para poder nutrirse culturalmente. Curiosamente, Walter Benjamin esperaba que con la irrupción de la reproducción masiva los originales perdieran su aura mágica, se acabara la veneración y al final, las obras acabaran por considerarse "piezas de museo" en un sentido cuasi despectivo. Por otro lado, la reproducción masiva podía convertir al arte en una herramienta para la difusión de las ideas (marxistas en la cabeza de Benjamin) y el florecimiento de la conciencia (de clase, por supuesto). En resumen: el arte como arma para la transformación de la sociedad. Hoy día lloraría de felicidad al ver que la reproducción es todavía más potente y eficaz con internet. Aunque, siendo realistas, la verdad es que viendo la asociación de la industria con la reproducción masiva, Benjamin lo que haría sería más bien llorar.

Las claves del concepto de industria de la cultura vienen a contradecir en términos generales una idea que podría desprenderse de del concepto de difusón. A saber: que dicha difusión masiva traería un enriquecimiento. Grosso modo, intentaremos desglosar las tesis básicas del concepto industria cultural a modo de esquema para describir el proceso que niega los supuestos aspectos benévolos de la difusión:

1. La reproducción masiva de la cultura necesita de medios técnicos para su realización.

1.2.Para ello, necesita de organizaciones industriales para conseguir la difusión.

2.La industria posee reglas propias, a menudo distintas a las "reglas" del arte o el autor o autores. Por ejemplo, reglas de mercado y eficiencia.

2.2 La industria por tanto, selecciona qué reproduce y cómo lo reproduce según:

a) Lo que genera beneficios.
b) Lo que se acomoda a sus intereses y valores.

3. Finalmente, la industria de la cultura fomenta y patrocina un determinado y muy reducido género de trabajos, que se transforman en productos, igualados y domesticados gracias a la ciencia mercadotécnica. El espectador y el lector se transforman en consumidores. La clave del éxito:

a) Hacer parecer distinto lo que es igual.
c) Intentar convencer al consumidor que adquiere algo especial.
d) Hacer caduco el producto cuanto antes para generar nuevos productos según este esquema.

3.1 Cualquier creador ha de ser parte de la industria. Su trabajo tendrá que ser asimilado por la industria, que lo fagocita todo. En virtud de su transformación en producto, su contenido estará en pie de igualdad con los demás y no tendrá un estatus especial por interesante que sea el contenido.

4. La industria de la cultura no genera nada salvo sus propios valores, que penetran en la conciencia de las gentes a través de los productos para retroalimentar el bucle.

Si pensamos en la opción de Benjamin tal y como la expresó en su obra y tomada en su radicalidad, el asunto de la difusión masiva pasa por un control por parte de la clase obrera de los medios de reproducción. Cualquier simpatizante del marxismo político se frotaría las manos, pero el concepto de industria cultural también abarca esta forma de reproducción masiva. La industria colectiva es también industria, de modo que sus dardos tendrán igualmente la forma de la propaganda y su diana será la homogeneización. Así, la difusión masiva, si  realmente desea serlo, debe aceptar la servidumbre a grandes intereses y discursos totalizadores.Será inevitable que los recursos, con independencia del sistema económico que rija dicha industria, se tiendan a racionalizar al máximo con la consiguiente homogeneización y depauperización de la cultura. Porque ¿quien necesita novedades si podemos servirle cosas "nuevas"?¿Quién querría discursos libres si con unos pocos bien distribuidos se puede dar la sensación de "pensamiento"? Dada la omnipotencia de la industria y la dependencia que al término la cultura ha desarrollado con respecto a ella ¿quién se atrevería a estar al margen? Con esto, la ratonera cultural está servida.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Martillazos (X): Miguel de Unamuno


"El estudio de la propia historia, que debía ser un implacable examen de conciencia, se toma por desgracia, como fuente de apologías, y apologías de vergüenzas, y de excusas, y de disculpaciones y componendas para la conciencia, como medio de defensa para la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias a nuestras mayores vergüenzas, a las glorias de que purgamos; en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen de conciencia  no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación para nosotros".

Miguel de Unamuno, En Torno al Casticismo, 1943.