"CD", J.M |
Las ideas potentes resisten el paso del tiempo. Mucho más si quienes las mantienen vivas se encargan de traerlas a la actualidad repensadas y vivas, aunando radicalidad y viveza. Sin embargo, ocurre que para eso hay que enfrentarse a ortodoxias y conservadurismos que encontraremos siempre que haya un cierto halo de veneración en torno un corpus doctrinal. Y es que, en el fondo, todos llevamos un pequeño inquisidor dentro. Posiblemente, incluso el más romántico pensador adorniano caiga en la paradoja de hacer de la tesis en torno al concepto como arma de dominio le lleve a afirmar una especie de non plus ultra para la filosofía. Con las tesis de la industria de la cultura que han sido el leitmotiv de la serie puede ocurrir tres cuartos de lo mismo.
Anteriormente, podía dar la sensación de que la tecnología e internet son ambivalentes en este juego de la industria cultural. Pueden ser entendidas como enormes estómagos culturales que dulcifican lo que debiera ser un arte poderoso, rabioso, actual y crítico como si de una máquina de empobrecimiento cultural masivo, o bien por el contrario, ser una máquina perfecta y eficaz en la difusión de las ideas y totalmente imprescindible para el libre intercambio de pensamientos y para la expansión de límites conceptuales y sistémicos. No vamos a jugar al juego Aristotélico del término medio ni al Hegeliano de la superación por medio de síntesis. La industria de la cultura en la actualidad refleja con fuerza los valores del liberalismo económico y politico más rancios y alientantes. Sin embargo, como se ha suscitado en anteriores post, la masa tiene una cara que podría adecuarse a la idea de dialéctica negativa que juega un importante papel en la ratonera cultural. La masa se entiende aquí como un concepto que habilita una forma de crítica que no está destinada a superar una situación dialéctica para llegar a la luz de la verdad. No estamos en el discurso épico del héroe que progresa y que va saliendo de la caverna porque hemos llegado a un punto en el que sabemos bien que no hay otra cosa que la caverna. La masa habilita el discurso informe que es, de hecho, el discurso de nuestro tiempo, el de una criatura que debe aspirar a una crítica destinada a la corrección de rumbo, a la llegada de nuevas coordenadas de análisis y sobretodo a afianzar la idea de que no es posible un esquema cerrado para todos y todas las situaciones. No más que caverna. En la industria cultural, la masa tiene un sentido despectivo que suena especialmente elitista, incluso clasista. La masa es lo que en otro tiempo se llamaba espectador. La masa es la categoría clave en nuestros días. Es en el zombi, la forma más rabiosamente actual que adquiere la masa, donde se encuentran los trampolines discursivos que van más allá de los tópicos de la alienación y el dirigismo que suelen acompañar a modo de denuncia a la estética del zombi. Porque el zombi no es sólo la figura horrorosa de la masa alienada y dirigida como lo puede ser el comprador compulsivo en los grandes almacenes (ahora que se acerca la navidad, toca). El zombi es la figura que derrama, derrama su fuerza sin freno, arrasando. Derramamos en internet, a modo de fragmentaria narración, nuestra vida. Internet, la tecnología que la soporta y los medios de reproducción que están en la base son los que habilitan nuevos espacios creativos que juegan al juego de la cultura de masas haciendo más fácil que nunca el intercambio. En Filosofía zombi, el zombi que describe Jorge Fernández Gonzalo (la masa), se encuentra inmersa en el juego del derramamiento de la propia vida en internet. La experiencia propia se hace narración que sin más, circula. Libre de los rigores de la industria de la cultura y libre de la necesidad de plasmar bajo un gran paraguas retórico o narrativo, como hicieron los artistas de vanguardia o los filósofos modernos, el zombi de internet encuentra un oasis con sus propias reglas:
No existe la verdad, existe el goce. La intervención de signos en la esfera postmoderna no pretende mostrar la verdad ni en el discurso del político ni en las filtraciones de Wikileaks, sino el goce del derramamiento semiótico y del juego de discursos.
Posiblemente estemos viviendo una época en la que la industria y los enormes lobbys culturales estén maquinando la manera de homogeneizar también internet de manera más potente (!más potente que facebook, twitter y blogger¡). Con la masa tan activa y potente, no sabría predecir si será más sencillo o por el contrario, será imposible homogeneizar internet como ha ocurrido con la tele y la radio. Sin embargo, La industria de la cultura como tesis arrastra un cierto tufo elitista que hoy no encaja. Huxley pensaba desde esta perspectiva elitista, predecía un mundo en el que todo el mundo pudiera escribir o montar un grupo de música. Lo veía como una triste involución. Hoy día, percibimos los riesgos, percibimos la vigencia de las tesis sobre la industria de la cultura y se observa la ratonera cultural, pero al tiempo no podemos evitar pensar que los tiempos del viejo arte se han acabado y que la creatividad, aunque está fuertemente dirigida, ya no es cosa de unos pocos.
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