viernes, 10 de enero de 2014

Mamá, yo también quiero una bata blanca (2 de 2)

Flickr: -Snugg-

Imaginad que tenemos a dos médicos, con dos consultas bien diferenciadas que ejercen la medicina de manera completamente diferente. Los marcos teóricos que usa cada uno para definir cómo funciona el cuerpo humano, qué partes tiene y cómo se puede intervenir en él son completa y absolutamente inconmensurables, ya que cada cual entiende cosas completamente diferentes cuando habla del cuerpo, de la mente y la conducta, de los medicamentos y de la medicina preventiva. Ocurre además que sus respectivos diagnósticos y prescripciones son absolutamente intraducibles cuando acudimos a ambos con la misma dolencia. A uno lo llaman científico y a otro no, aunque lo desea o al menos, desea el mismo respeto que se le tiene al anterior. La cuestión de trazar la línea roja que separa lo que es ciencia de lo que no lo es bien podría haber nacido así. Desde sus inicios, enfrentó tesis logicistas, muy centradas en un criterio firme que protegiera la ciencia de intrusos, a ideas de corte historicista, que defendían que tal criterio era imposible de trazar dados los cambios que la propia definición de ciencia experimenta en el lento pero inexorable cambio de paradigmas.

Los defensores del criterio de demarcación Popperiano han ido asumiendo las tesis historicistas de T. Kühn, intentando flexibilizar un criterio de demarcación al que no se quiere renunciar. El popperiano de nuestros días quiere establecer claramente un criterio para distinguir cuál de los dos médicos anteriores opera con marcos científicos dando por hecho que la medicina puede cambiar radicalmente. Este empeño en ofrecer un criterio, por laxo que fuera, se ve como un intento por constreñir el pensamiento. Así, el intento por definir un criterio de demarcación se percibe como una especie de inquisición epistémica. De hecho, hoy día hay voces que entienden que este empeño no es más que un enorme error de enfoque. Poco a poco esta clase de críticas han ido calando, de manera que el debate sobre el criterio de demarcación se ha ido enfriando, hasta el punto en que hay quien considera que en realidad el problema no es si un saber es científico o no, sino si ayuda o no a enfrentarnos con la realidad y cómo lo hace.

Puede que obcecarse en las etiquetas "cientifico" y "pseudocientífico" no resuelva nada, porque de igual modo los saberes van a desarrollarse y a reclamar su espacio, ya sea en la ciencia o fuera de ella. Sin embargo, el problema vuelve a aparecer, porque la preocupación por averiguar cuál es el método óptimo para la investigación en ciertos campos y cuándo unos saberes se pliegan o no a esos métodos no se resuelve solo. Los temores siguen siendo los mismos: tener alguna seguridad de que estoy ante alguien que me va a curar y sabe qué hace y porqué esos métodos son más fiables que otros. Es muy cierto que lo que hoy se consideran pseudociencias mañana dejen de serlo y viceversa, pero la cuestión no es esa, porque médico y científico son sólo nombres de actividades y gremios que nosotros relacionamos con la verdad (o al menos, con la contrastación) y la eficacia, que es lo que realmente nos interesa. Los métodos de contrastación  y la eficacia son el auténtico caballo de batalla. Por eso creo que el criterio de demarcación es importante, no porque nos diga qué es ciencia y qué no, sino porque nos obliga a preguntarnos cuáles son los mejores criterios para validar las teorías y qué forma han de tener dichas teorías en ciertos campos. Las preguntas vuelven porque estaban ya en el intento por fijar un criterio. Así, sigue siendo importante señalar los titubeos y las regiones oscuras y ser escéptico, sobre todo en un momento en el que la laxitud en este problema ha hecho que las llamadas “medicinas alternativas” comiencen de nuevo a dar la tabarra con la bata blanca. Igual pasa con toda clase de teorías de lo oculto, e incluso con estudios sobre lo paranormal. No faltan escuelas Waldorf e incluso defensores del geocentrismo.

Tener o no bata blanca importa poco si no hay criterios epistemológicos claros o si directamente, no hay criterio alguno, sino anhelos, gusto por lo extravagante o simple interés en creer o hacer creer ciertas cosas. En este sentido, Gellner es bastante sagaz, sobre todo con las tendencias más escurridizas, las que nos cuesta clasificar:
Es perfectamente posible que el mundo contenga fuerzas o mecanismos que no estén cubiertos por las teorías científicas existentes, o sean incompatibles con ellas (...). En este punto surgen dos posibilidades. Una es que estos fenómenos o fuerzas estén sujetas a las convenciones de la investigación racional, a saber, todos los investigadores son iguales, la evidencia es desmenuzada en sus partes constituyentes, se debe excluir la circularidad en los razonamientos, las teorías son comprobadas(...). Si el fenómeno y sus explicaciones superan tales criterios, perfecto; pasará a formar parte del corpus de nuestro conocimiento racional.
La alternativa es que los adeptos o seguidores de fuerzas místicas usen la sorprendente naturaleza de sus manifestaciones no únicamente para desacreditar a las teorías existentes (un proceder perfectamente legítimo y racional), sino también para vindicar su exención, para el fenómeno o para sus privilegiados adeptos, de los métodos ordinarios de comprobación o escrutinio. Esta es la forma en la que los fenómenos místicos o mágicos hacen realmente su aparición en la esfera social: no sólo son sorprendentes desafíos a los patrones normales de eventos; también vienen acompañados de un status cognitivo especial. No están sujetos a las reglas ordinarias y simétricas de investigación(...). 
En la práctica, los seguidores de cultos irracionales no optan claramente por ninguna de las dos alternativas. Por contra, su posición es sistemáticamente ambigua, y esta especie de oscuridad, evasión y oscilación forma parte de su carta de presentación. Emplean una metodología de conveniencia. Si los descubrimientos les son favorables, la investigación ordinaria es bienvenida; en caso contrario, se invoca la naturaleza especial de la fuerza, su timidez para con los escépticos.
Creo que al menos a la larga, una teoría mal parida se suele refutar sola, dándose repetidamente contra el muro porque no tiene modo de encajarse y acaba por no encontrar referentes. El que desea una bata blanca, pero camina constantemente en el filo de la teoría irrefutable, invocando fuerzas que son de este mundo sólo a veces, o el que emplea formas autoreferenciales de discurso imposibles de contrastar puede llevar bata blanca, pero difícilmente sepa qué hacer con ella. Quien realmente persigue el saber, no la necesita.


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