Ser una persona "de izquierdas de verdad", un "auténtico artista" o tener una perfecta idea de "la realidad política", nos obsesiona. Sinceramente, creo que no sólo es una cuestión de identidad y verdad, sino también una cuestión de prestigio. Esto ocurre especialmente cuando hablamos de la "ciencia de verdad" frente a la pseudociencia, lo que trae importantes batallas dialécticas.
La llamada cuestión del criterio de
demarcación mantuvo en pie de guerra a toda una
generación de filósofos desde el periodo de entreguerras hasta el
final del siglo XX: ¿Qué es ciencia y qué no lo es? ¿Cómo sabemos cuándo un saber ha cruzado ese umbral que lo
encumbra al Olimpo del conocimiento?¿Cuándo se cruzan lineas rojas
hacia la pseudocientificidad? Por entonces, la cuestión preocupaba
por razones fundamentalmente epistemológicas. Se entendía que el
hecho de que disciplinas como el psicoanálisis ocuparan un lugar en
las facultades de ciencias, junto a los biólogos y los médicos era
un importante error de concepción de lo que era la ciencia, que
permitiría que disciplinas ajenas conquistaran su parcela en un lugar privilegiado del saber, anhelando prestigio y reconocimiento. Bajo este análisis,
lo que se entiende por ciencia puede quedar gravemente lesionado si
el criterio de demarcación es muy laxo, lo que supone una
involución: la vuelta a la alquimia, a los barberos-dentistas, a la
superchería y a la metafísica dogmática en cuestiones empíricas. Hoy día el problema tiene importantes implicaciones sociales y políticas añadidas, pues el criterio de
cientificidad se considera decisivo en la concesión de fondos para la
investigación y la educación.
Desde el primer momento, las
precisiones sobre tal criterio enfrentaron
posiciones logico-empiristas e historicistas en torno a la rigidez y la amplitud del cuello de botella que los saberes
tenían que pasar para reclamar para si el título de ciencias. Si la
rigidez era máxima, resultaba que casi nada era ciencia. Todas las
teorías pueden mostrar importantes errores de consistencia o de
impermeabilidad a la refutación. Por otro lado, si el análisis
pone el foco en la historia y la formación de las teorías consideradas científicas, la
astronomía moderna y la física aristotélica pueden quedar al mismo
nivel. Hagamos una síntesis de los dos polos en disputa:
A) Las teorías que se resisten a la refutación son
no-científicas. K. Popper y su escuela se empeñaron en fijar el
criterio en la resistencia que una teoría ejercía contra su
falsación. Los conceptos y la propia
estructura de las teorías pueden tender a evitar que los hechos que
pretenden describir y predecir les lleven la contraria. De este modo,
si nos encontramos con que los defensores de un modelo se ven
obligados a reinterpretar las cosas para que encajen en su modelo
teórico para que la realidad quede siempre salvada por la
teoría (quedando a la vez salvada la teoría de cualquier evidencia
en contra) tenemos razones para pensar que la teoría que se comporta
así no es científica. Para validar una teoría lo que hay que hacer
es enfrentarla a las predicciones más complejas que pueda hacer. Si las pasa, perfecto, la teoría acumula evidencia en su favor. Pero si ocurre que la evidencia puede refutarla pero no se resiste a ser falsada, interpretando los datos refutadores como evidencia a favor o neutral, podemos confiar en que esa
teoría es científica. Cuando no ocurre esto y las teorías se ajustan y reajustan para ser siempre verdaderas, ocurra lo que ocurra, nos encontramos ante algo poco científico según Popper, ante arreglos (chapuzas) ad hoc.
B) Todas las teorías tienen
fallas y se resisten a su refutación, intentando plegar la evidencia al marco de referencia. Los ajustes ad hoc son una práctica habitual. De lo contrario, en su misma
concepción y presentación las teorías caerían ante todas las cuestiones no resueltas que suscitan. De hecho, es lo que parece que
les va a ocurrir a las teorías nuevas que acaban derrumbando a las
viejas. Al principio parecen un enorme disparate y todo el mundo está en contra, pero con
el tiempo se van consolidando, desbancando a la que había hasta que se oxidan y no pueden dar más
de si, antes de ser sustituidas por otras más frescas, muy diferentes. Esto es así porque cada
teoría maneja sus propios conceptos y referentes.
Cada paradigma científico “hace el mundo” que describe, haciendo que una teoría sea intraducible a otra. El hecho de
que se prefiera una teoría a otra para explicar un fenómeno realmente responde a otros criterios, muy diferentes de los tradicionales, como
el criterio de utilidad o el de elegancia. Porque, ¿qué significa
que una teoría describe “mejor” el mundo?
Los dos modos de ver esta cuestión arrojan diferentes maneras de concebir tanto el criterio de demarcación como la ciencia misma. El primero suele ser la invocación favorita de las opciones más conservadoras, mientras que el segundo aboga por un criterio prácticamente inexistente que coloca en una situación embarazosa el concepto de progreso científico. La primera podría dejar fuera de juego cualquier idea consolidada en una serie de experimentos fallidos mientras que la segunda puede perfectamente dejar en igualdad de condiciones para diagnosticar y curar a un médico y a un homeópata. De hecho, los dos te dirán que sus prácticas se realizan acordes a sus particulares teorías y en la práctica, se puede observar que los dos son coherentes con sus marcos de referencia. La clave está en que ideas como "salud", "medicamento" o "enfermedad" son cosas diferentes para uno y para otro.