El positivismo en todas sus versiones
suele citarse como el gran coco en la historia de la filosofía. Cada
vez que en un discurso más o menos pedagógico se pretendende poner
sobre aviso acerca de excesos y pretensiones intelectuales
desmedidas se suele poner encima de la mesa estas dosctrinas. Es casi
una especie de mantra: su empeño antidogmático y antimetafísico se
conviertió en un arma de doble filo de cara a sus pretensiones de
progreso e iluminación filosófica. El rigor se convirtió en dogma
y la filosofía devino contrafilosofía. Tal vez esto tenga mucho
fuste como análisis general, pero al menos podemos conceder que su
disolución de la filosofía fue una acto de coherencia difícil de
igualar. Popper o Wittgenstein, con todas sus diferencias, herederos
notables de esta tradición, tomaron en serio algunas consideraciones
que llevaron a estos pensadores a repensar el papel de la filosofía
y a plantear su posible disolución. A principios del siglo XX, la
misma filosofía se preguntaba si después de todos los cambios en la
historia del pensamiento lo único cabía era la disolución. La
potencia explicativa de las ciencias dejaba en evidencia los viejos
juicios de la filosofía, se pensaba. Además, en aquéllas materias
donde la ciencia callaba, parecía que la filosofía acabaría
cayendo en los mismos vergonzosos debates dogmáticos del pasado o,
simplemente, acertaría por casualidad y se atribuiría el mérito al
pensador por su suerte e imaginación, no por su método. Ejemplos
notables de ayer y de hoy son (con matices) la noción de átomo de
Demócrito, las tesis sobre el movimiento de la tierra de Tales o el
heliocentrismo de Aristarco de Samos. Al final se llegó a pensar que aquéllo que
todavía era ocupación y materia filosófica lo era porque no había
surgido (de momento) ciencia que la iluminara.
Sin embargo, con el paso del el tiempo,
la imposibilidad de referirse con la precisión y la certeza que
inspiraba la física a ciertas cuestiones de fuerte tradición
filosófica desazonó a muchos. Esto hizo que en algunos casos se
proclamara la vacuidad y la muerte de la filosofía. Sin embargo, las
cuestiones que tradicionalmente nos acuciaban exigían tratamiento
porque negarlas era imposible ( pues convivimos con ellas) y
disolverlas era taparse los ojos sin medida, algo completamente
antifilosófico. La condición humana, la condición moral de la
criatura humana, cuestiones de filosofía política e incluso
metafísica pura retornan sin descanso porque habitan en nosotros. La
filosofía positivista quiso tratarlas como ciencia y al no poder
reducirlas a unos pocos parámetros las declaro irresolubles, vacuas
o sinsentidos. Sin embargo, cuando su propia antimetafísica era
insostenible porque ellos mismos tropezaban con metafísica en sus
afirmaciones, no pudieron sino admitir, poco a poco, que la vida no
es tan “sencilla” como la física y que unos pocos comandos
falsean, más que explican, el mundo circundante.
La historia del positivismo en su
última fase es en buena medida la historia de la propia filosofía.
La historia de la relación con las cosas a través de un mando a
distancia. Así entendida la película, el mando a distancia sería a
la tele lo que el marco filosófico sería al mundo, de tal modo que
con unas pocas teclas en el mando y algunos mensajes en la tele se
entiende el estado de cosas y cómo se debe operar para obtener el
resultado deseado. Todas las preguntas quedan resueltas. Los
inputs y outputs están perfectamente interelacionados y
no hay ningún género de equívoco o imprevisto porque no hay
ninguna variable fuera de control. No hay caos, ni imprevistos, ni
fallas explicativas o predictivas. Si hay algún error, es
tremendamente sencillo hacerlo comprensible y corregible porque el
marco es sencillo y además, elegante. En esta relación, somos
dioses.
Sin embargo, ni la ciencia de nuestros
días opera como pretendían que operara el pensamiento y el
conocimiento pensadores como Carnap o Hempel. Difícilmente se
entienden los problemas con causalidades lineales y unas pocas
ecuaciones y explicaciones teóricas. Ha llovido mucho desde los
tiempos de sir Isaac Newton. Si esto es así, no hablemos pues del
estatus de marcos teóricos cuyo contenido científico es parcial o
inexistente. El saber científico y el filosófico operan con
parámetros, comandos, marcos y métodos cerrados, sí, pero la idea
de una idealización parece haber cuajado del todo : idealizar es
crear un marco explicativo y descriptivo en el que el criterio de
verdad depende siempre del modelo. Así, el modelo del mundo a partir
de comandos y parámetros es posible y válido, pero en relación a
sí mismo. Por ejemplo, la multiplicidad de relatos es un hecho a la
hora de explicar un fenómeno como la luz en ciencia. Estos modelos
explican ciertas partes del fenómeno sacrificando otras. Dan cuenta
del fenómeno de la luz de manera parcial por necesidad, de modo que
la luz es una cosa u otra y se comporta de distinta manera en función
del modelo con el que se opere. Lo curioso es que esto esté tan
aceptado en un ámbito donde en principio hay menos incertidumbre y
más facilidad de control y análisis, mientras que la multiplicadad
de relatos y modelos cuesta en filosofía, donde la pluralidad de
relatos debería ser una virtud. En este punto empiezo a sospechar
que la idea de operar con teorías del todo es más un intento de
cerrar el pensamiento que de abrirlo. Después de todo, el mando a
distancia es un controlador.
Me encanta tu reflexión final, y cómo llegas a pensar tal cosa a través del razonamiento previo! Excelente entrada Javier!
ResponderEliminarDe nada hombre, para servir ^^
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