sábado, 26 de enero de 2013

La vida de un sim es tan "real" como la tuya (III): La piel de plátano

The Matrix, 1999.

El argumento de Nick Bostrom nos dejaba multitud de vacíos y muchos debates abiertos que creo interesante abordar, además de servirnos de trampolín para alcanzar la tesis. Como vimos, es viable suponer que con el actual ritmo de desarrollo técnico la capacidad de cómputo necesaria para simular un universo completo sea alcanzable más tarde o más temprano. Dicha hipótesis, de base estadística, nos dice que el acercamiento al estado tecnológico compatible con la creación de simulaciones ancestrales supone un acercamiento que es proporcional a la posibilidad de que nuestro universo sea una simulación. Porque, si llega a ser posible materialmente (y no lógica o estadísticamente posible) la génesis de una simulación, no es descabellado pensar que nuestro universo sea una simulación y que por tanto, estemos poniendo en marcha una máquina virtual. En otras palabras: la posibilidad de que nuestro universo sea una simulación aumenta hacia 1 en la misma proporción en la que nuestras posibilidades de crear una simulación se acercan a 1. Como dijimos, al margen de las cuestiones éticas y de otras posibilidades (extinción de la humanidad por diversas razones), el problema más interesante es la cuestión de la simulación de un universo en el que hay seres humanos y sus respectivas mentes. El argumento lo deja claro: las mentes deben ser idénticas a lo que podamos entender por mente y su relación (la que sea) con su correlato material (el cerebro), debe ser exacta. De lo contrario, podemos estar de acuerdo en que lo que simularíamos no sería una mente, sino otra cosa. Para esto es necesaria la comprensión hasta el más mínimo detalle de qué es y cómo se genera la mente y la conciencia y cuál es su relación con lo observable (cerebro y conducta) y por supuesto, que esto se pueda reducir a un algoritmo computacional.

Como hemos indicado, la mente simulada es idéntica a una mente del "plano fundamental de la realidad", porque los sujetos que simulan, simulan su universo y por ende, su mente en el pasado. En principio, se supone que la mejor razón para esto es la observación y la comprensión de la vida humana. Sin embargo, hay una cuestión importante, y es que su hipótesis debe estar en conformidad con una especie de compatibilismo que haga posible computar la conciencia y que al mismo tiempo, esa conciencia sea libre. Como sabemos, el reduccionismo suele estar relacionado con el determinismo, por lo que no nos es posible saber si esto es coherente o no, al margen de que sea o no posible simular conciencias. Expliquemos esto. Si la mente se puede reducir a números es porque esa entidad es sólo materia y sólo causalidad. Entendida así la mente, la libertad sería una quimera, a menos que se nos ocurra alguna manera de hacer compatible un materialismo estricto (necesario para lo que Bostrom propone) y la libertad.

Una de las cuestiones en el aire, que nos llevará finalmente a la tesis que todos esperan es poner en duda que la simulación sea un calco de la realidad fundamental (como ha hecho un lector, inteligentemente) y proponer una simulación con otras leyes naturales, con otra física y con otro tipo de mentes. Podemos ir más allá: ¿Y si  la realidad simulada es un universo programado, un universo determinado? Esto es posible, sin duda alguna. Sin embargo, si en la simulación el universo sigue reglas y hay cierta coherencia interna, no hay de qué preocuparse. Así, el marco para conocer la física (esa física exótica, distinta de la "física real" sería la física de nuestro universo, aunque sea simulado.¿Podemos pensar entonces que también las mentes están determinadas? Debemos conceder aquí que el argumento de Bostrom sobre la simulación de la conciencia no es compatible con la libertad. Se propone así el genio maligno de la libertad: la idea de que el programa simula en nuestra conciencia la sensación de que todo va bien, pero en realidad, todo funciona según un plan que incluye lo que decimos y pensamos. De nuevo, lo mejor para dilucidar esto es que hagamos lo mismo que proponemos con las reglas y leyes naturales. Así, conocer la conciencia en un supuesto universo simulado sería conocer la conciencia dentro del universo simulado para averiguar si hay determinismo o no. Por lo que sabemos, desde dentro,  nuestro lenguaje y nuestra trama vital no pueden sino obligarnos a creer que el ser humano tiene libre albedrío. En definitiva, conocer es, en general, conocer desde dentro.

Es posible que el lector tenga la sensación que, en vista de las respuesta a los interrogantes, esta historia le parezca tiempo perdido. Pero la historia no acaba aquí. En este punto, sospecho tres cosas cosas sobre esta cuestión que creo importante mentar. La cuestión de "la realidad" atrae porque la perseguimos desde nuestros primeros sueños epistemológicos. Primera. Segunda sospecha: el lector sabía antes de empezar que el discurso llevaría hasta aquí. La tercera sospecha es que este tema gusta precisamente por lo anterior, porque sabemos bien cuál es el final de la película. Espero que se me permita la insolencia de pensar que esta atracción se debe a que todo esto es pensar y no pensar al mismo tiempo. Y es que el final feliz que se espera ya se nos había ocurrido: externamente esto de las cubetas y demás chorradas es planteable, pero al final nuestra experiencia es lo que cuenta, con independencia de que todo esto sea una simulación. Nos gusta saber lo sabido. Pero ¿realmente este esfuerzo teórico es sólo el pasatiempo de señores (y no tan señores, tengo 25 años) aburridos? No, y pienso explicar qué late debajo.

Decíamos que al final todo parece detenerse en "mi realidad me vale". Sin embargo, esta perspectiva, considerada seriamente, es sencillamente disolver el conocimiento (y el problema, tal y como lo plantea Bostrom, al mismo tiempo). Aquí no nos plateamos reducir el conocimiento a opinión, pero tampoco esperamos salvar, como parecía al principio, ningún género de realismo metafísico. Plantear universos dispuestos en forma fractal y cerebros en cubetas no es entendido en la exposición como un recurso para descubrir la trama profunda de la realidad. De hecho, Putnam expone su hipótesis precisamente para lo contrario. Por raro que parezca ahora, esta cuestión no consiste en jugar a ser el Morfeo en nuestra particular Matrix porque estas hipótesis nos hacen caer en la cuenta de que nuestro marco de referencia es el del lenguaje y nuestro pensamiento, y que este marco es profundamente misterioso y por consiguiente, inciertos sus productos. Cuando decimos que los cerebros de Putnam no tienen más remedio que aceptar la realidad que se les presenta nos quedamos en la superficie. El pensamiento no debe detenerse aquí, en el final feliz. La idea que subyace a todo esto no es que hay una "realidad fundamental" que debe ser descubierta, sino que todo lo que se nos presenta, tal cual se nos presenta, es algo que viene ya tocado por nuestras perspectivas y categorías. En la metáfora cinematográfica de los Wachowski, al igual que en toda narración tocada por los términos "verdad" y "realidad",  la piel de plátano consiste en suponer una especie de ojo externo, ya sea Matrix, progreso, Historia o Dios, que actúa como una suerte de Titán Atlante que sostiene el edificio del pensamiento. Una de las pocas certezas que la filosofía ha conseguido destilar en su andadura es que el  mundo está cargado de nuestra forma de pensarlo, y que pensar es a la vez construir mundo. El salto mortal del (y para el) pensamiento es creer que hay una concepción última de lo que está ahí fuera, es creer en un concepto de verdad (o realidad) que pretende convencernos de lo imposible: que el ser humano no idealiza la realidad para intentar comprenderla.

Así, The Matrix, con su poesía y estética, nos transmite uno de los fundamentalismos clave en nuestra forma de pensar. En The Matrix está todo perfectamente ordenado. Hasta los colores nos indican, si en algún momento hemos perdido el hilo, si  los personajes están en están en "el mundo real" o en Matrix. Lo que no se nos dice en la metáfora es que personajes tiene la posición ventajista e imposible de situarse fuera y ver Matrix (la matriz, el código). En esta retórica, al espectador se le sirve en bandeja, por enésima vez, y por enésima vez con trampa, la idea de que es posible salir de la caverna de Platón. Sin embargo, la caverna es, fuera de la lógica y las matemáticas, la condición humana. La disyuntiva falsa en The Matrix y en cualquier teoría metafísica realista es caverna ("realidad") o realidad. Sin embargo, esto es un falso dilema porque realidad lleva siempre comillas, aunque no se pongan.

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