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"Tu ciudad, mi ciudad", J.M. |
No son pocos los que
están empezando a hablar de una época postmoral. La complejidad del
mundo que nos rodea es tan inabarcable que resulta extremadamente difícil evaluar el
horizonte de responsabilidad de las gentes, tanto en el nivel
individual como el colectivo. Por si esto fuera poco, a la enorme
cantidad de problemas con los que convivimos, se suman otros de nuevo
cuño, producto de los nuevos modos de comunicación. Dicho de otro
modo: para bien o para mal, ahora sabemos más. Recuerdo que cuando
aparecieron los teléfonos móviles, apenas se había implementado
una red de internet en España lo suficiente como para
que supieramos qué era el coltán. Los simpáticos Nokia 5110 con su famoso juego del gusano se veían en todas partes, pero no teníamos ni idea de qué
era el coltán allá por 1999. Ahora, gracias al Internet, es difícil
no saber que el coltán es un mineral bastante escaso con el que se
fabrican multitud de componentes electrónicos y que su uso se ha
extendido en parte gracias a la difusión de los teléfonos móviles. También
sabemos que durante la expansión de esta tecnología la presión
para obtener este material ha ocasionado en África numerosos
conflictos armados. La pregunta obligada es: ¿son los usuarios
cómplices de las llamadas "guerras del coltán"? Las posibles
respuestas a la pregunta nunca serán unívocas y tajantes y en
muchos casos, partirán de consideraciones en torno al actual
contexto globalizado en el que vivimos. La enormidad de las cosas nos
impide hablar sin dudar porque resulta imposible tener toda la
información, porque todo cambia muy deprisa, porque es imposible
tenerlo todo en cuenta. Da la sensación de que siempre se nos puede escapar algo y que podemos cometer un grave error de juicio. La relación
entre la enormidad y nuestra incapacidad para hablar de lo que
acontece en este mundo gigante fue descrita por Günter Anders allá
por 1988:
“En el momento en que los efectos de nuestro trabajo o de nuestra acción sobrepasan cierta magnitud o cierto grado de mediación, comienzan a tornarse oscuros para nosotros. Cuanto más complejo se hace el aparato en el que estamos inmersos, cuando mayores son sus efectos, tanto menos tenemos una visión de los mismos y tanto más se complica nuestra posibilidad de comprender los procesos de los que formamos parte o de entender realmente lo que está en juego en ellos. En una palabra: peses a ser obra de los seres humanos y pese a funcionar gracias a todos nosotros, nuestro mundo, al sustraerse tanto a nuestra representación como a nuestra percepción, se torna cada día más oscuro [cursiva de G. Anders].”
Por entonces, la
globalización aun no se había formulado como concepto, pero ya
comenzaban a atisbarse sus efectos. Y aunque en 1988 los efectos de
la guerra continuaban muy vivos en la memoria de Anders, no sólo en
calidad de pensador judío que arrastraba un enorme sentimiento de
culpa por haber escapado de los nazis, su motivación para escribir hunden sus raíces mucho antes de la guerra. La idea
que va a ser el hilo conductor de la pregunta que por ahora dejamos
en el aire es la descompensación entre la dimensión moral del
hombre y la capacidad para imaginar las implicaciones de sus acciones
junto a la enorme maquinalización de la sociedad.
Para seguir el hilo, tenemos que entender la
postmoralidad como la irrupción de una diáspora moral y la necesidad de que la ética deba perder sus pretensiones de objetividad. Que la sociedad sea
cínica significa precisamente que llegue a darnos igual blanco que
negro y que parte de esto tenga que ver con la imposibilidad para decantarse por una u otra cosa.
Lo cierto es que como sociedad la idea de vincular verdad y bondad
se nos escapa porque ya lo creemos posible ni desde el punto de vista
epistemológico ni desde el punto de vista práctico. Poco a poco,
iremos desgranando el asunto (si se deja), pero podemos decir que “lo
que está bien” es indistinguible porque prácticamente cualquier
cosa es explicable, es racionalizable y comprensible moralmente, lo
que significa la total desactivación de la ética y de su compromiso
con la verdad. El resultado de esto, bien puede ser una sociedad cínica, que ha vaciado los conceptos y los ha llenado de nihil, de nada.
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