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"White Coat Ceremony Oat" IU Medicice School
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Somos sapiens porque en parte somos narrans. Toda cultura gira en torno a una historia o conjunto de historias: de una comunidad, de una institución, de un individuo, de un episodio importante para la comunidad, de una acción individual...etc. La historia moral, tanto colectiva como personal tampoco se libra de esta afirmación general, de modo que la responsabilidad está ligada a este fenómeno del contar. Cuando damos cuenta de lo que hacemos, solemos contar la historia de esa acción de modo tal que el porqué, ya sea un fin o un medio, adopta la forma de una historia. Contamos sobre porqué somos veganos, porqué votamos al partido comunista y no al verde y porqué preferimos Nietzsche a Shopenhauer. Hacemos un relato de razones que nos conducen a la elección y que pretenden darle asiento y justificación en nuestra vida. Los relatos que contamos en este sentido son nosotros. Renunciar a ellos es desprendernos dolorosamente de lo que nos hace lo que somos, de modo que por este motivo nadie se libra de una verdad asentada durante mucho tiempo en su fuero interno.Podemos suponer entonces que los cambios de parecer se producen por lentos sangrados que se complementan con otros procesos de incorporación de relatos, que no necesariamente son ejercicios de contraste y análisis. En este proceso intervienen factores psicológicos y sociológicos, de modo que cuestiones como legitimidad y responsabilidad no sólo son cosa de un juicio racional. De hecho, lo que se propone aquí es que el propio juicio racional se ve afectado por factores ambientales y psicológicos en la producción el juicio de historias.
De entrada, todo hijo de vecino admite que la legitimidad y la justificación en el orden práctico dependen enormemente de qué historia se cuente, de cómo se cuente y de qué medios se usen en su construcción, y que a menudo la verdad o falsededad de esa historia pueda resultar superflua si logra el objetivo de satisfacer la exigencia de un porqué, ya que enfrentarse a la responsabilidad a menudo nos resulta peor que vivir por y para las mentiras. A veces nos interesa más protegernos de lo que se ha construido lentamente en nosotros y que dota de sentido lo que hacemos que lo que propiamente llamaríamos verdad. En definitiva, la legitimidad moral a veces se puede resumir en el poder de la mentira puesta al servicio del interés por proteger un relato de cómo son y cómo deben ser las cosas. En este sentido, no hay relato más personal que el propio, de modo que podemos concluir que no hay mentira más poderosa que aquélla que nace de nosotros mismos y que no hay engaño más poderoso que el autoengaño. Relacionada con esta cuestión, resulta que a veces la conciencia moral está privada de autonomía por fuerzas coercitivas de tal modo que el juicio se apaga frente al poder y al respeto a la autoridad. En este caso, se prefiere que la verdad se confunda con el relato que no nos dará problemas ni nos hará sentirnos señalados, responsables o expuestos.
Aunque las trampas cognitivas suelan venir de alguna forma "de dentro" y las trampas sociales son coacciones "desde fuera", ambas suelen estar muy relacionadas. Por esto el inventario habitual suele estar trufado de casos en los que se mezclan fuerzas coercitivas y mecanismos psicológicos. Incluso los propios casos típicos suelen imbricarse entre si. En cualquier caso, podemos admitir que en el proceso de creación de relatos morales, el homo narrans suele ensombrecerse por la seguridad, la autocomplacencia, el poder y la autoridad:
a) A veces se piensa que la mayoría no se puede equivocar. Se evita pensar para eludir el riesgo de descubrir incómodas revelaciones que serán complicadas de olvidar y constituirán constantes estorbos de cara al relato que hacíamos de las cosas antes de que estas revelaciones irrumpieran. Es mejor camuflar y disolver la propia conciencia a tener que cambiar el sentido moral de nuestros actos y plantear otros modos de obrar. A veces ocurre que delegar sistemáticamente el juicio en el entorno se puede convertir en la norma e incluso se puede llegar a interiorizar, de modo que poco a poco es posible acabar perdiendo las riendas. En este aspecto, la aceptación y el concepto de nicho social juegan un papel importante.
b) La pérdida de la autonomía para actuar o juzgar puede llegar a ser inducida por presión externa, cuando las dinámicas sociales cuidan de que
uno se sienta culpable, inútil, responsable de las cosas malas que ocurren. Aprende a no hacer nada y a aceptar lo que le venga. No es un estoicismo, es un masoquismo inducido.
c) Campa la dispersión de la responsabilidad. En nuestro tiempo hay una gran cantidad de agentes operando al mismo tiempo, realidad que hace más oscura la comprensión y el reparto de la responsabilidad. En ciertos casos, es posible que la responsabilidad se llegue incluso a diluir, consciente o inconscientemente. Sencillamente, esto no es más que la generalización del "balones fuera" como si en la gran telaraña de relaciones que tenemos con los otros, todo el mundo jugara al ping-pong. En esta situación, en la que nadie asume la responsabilidad, todo el mundo se complace en que no hay responsabilidad. Finalmente, esto conduce a defender un statu quo en el que no se hacen preguntas ni requerimientos.
d) Pocos son los pueblos sin relatos de veneración y respeto. En nuestro caso, solemos crecer con argumentos de autoridad, ideologías y promesas. Algunos son relatos poderosamente arraigados, como los que se ligan a las instituciones con las que vivimos: Academia, Estado, matrimonio, policía, medicina... En este sentido, no es nada raro que a menudo el juicio moral se obnubile bajo la influencia del poder y la autoridad. Los relatos legitimadores más potentes suelen estar acompañados de títulos, medallas, grandes nombres y batas blancas. Con respecto a las batas blancas y muy relacionado con el punto anterior, cabe destacar el polémico
experimento Milgram.
e) El acicalamiento social suele ser cosa de etología. Sin embargo, las espulgaciones que suelen hacer los simios como ritual de socialización tienen su contrapartida en la sociedad en forma de apretón de manos, aplausos y en suma, la palmadita en la espalda. Ocurre que aunque la criatura humana es enormemente susceptible a la crítica como mecanismo de mejora, le seducen más (y complacen que da gusto) los elogios. Los relatos llenos de piropos y las acciones colmadas de reconocimiento atraen, cosa que a priori nada tiene que ver con la ética, sino más bien con el éxito o la adaptación.
f) La huida hacia adelante está fuertemente instaurado en nuestro imaginario. A día de hoy, es casi deporte nacional en personalidades públicas y alcanza un nivel casi patológico en dirigentes políticos. La clave de la huida hacia adelante es sencilla y a la vez el trampolín al más absurdo de los ridículos: antes de recular en una situación en la que parece que nuestras razones empiezan a no convencernos ni a nosotros mismos, otros resortes nos obligan a continuar por la misma senda, a defender nuestro relato aunque nos cueste la dignidad y el crédito. Curiosamente, la estrategia a veces funciona por eso no cae en el olvido. Y es que es posible que después de todo, seamos criaturas orgullosas por encima de racionales.
g) Por último, el mejor y más grande patinazo: "Yo no me veo identificado con todo esto. A mi esto no me pasa".