La ortodoxia en la creencia de las tesis fundamentales de la industria de la cultura lo desvaloriza todo. Cualquier intento de producción cultural está henchido de valores mercantiles y control de los sujetos. Los valores del dominio se instauran en todo: desde unas zapatillas, pasando por un programa de entretenimiento, un disco de rock, una película de alienígenas...Porque para todos hay productos culturales, todos tenemos objetos de consumo cultural pensados para nosotros cuyo núcleo fundamental es el humo. A pesar de todo esto, el universo mediático y hipertecnificado puede arrojar algún resquicio de escape a la lógica de control que estrangula con la fuerza de los discursos y las narrativas "de éxito" que trinfan en los vehículos habituales de la industria de la cultura. Curiosamente, internet y las tecnologías de la información, además de ser nuevos métodos de control de la información y nuevos espacios para la creación, venta y consumo de productos culturales, son espacios que cimentan nuevas formas de hacer y contar historias.
Como cualquier idea o concepto, su forma suele ser hija de un tiempo y de una persona que estaban en movimiento. Las personas mueren y las ideas, permanecen. Ahora bien, si no queremos ser siervos de monolíticos e impenetrables dogmas, las ideas han de verse a la luz del magma que es el espacio vivo donde se vierten, el espacio vivo del contacto con otras ideas, con el magma imparable del paso del tiempo y de los cambios sociales, políticos económicos y tecnológicos. Por todo esto, no podemos pasar sin más por la obra de Adorno y Horckheimer sin hacer crítica ni contraste de sus ideas. Porque a pesar de la enorme actualidad, agudeza, profundidad y cercanía en el tiempo de sus ideas, sin tal crítica no haríamos de las tesis de la industria de la cultura más que un pobre títere a partir de hilos y cadáveres conceptuales y con ello, filosofía muerta. El vídeo del pasado post nos puede servir de referencia y a mi juicio, un perfecto ejemplo de "filosofía al pie de la letra". Vamos, doctrina en una palabra. La película que cita no es que sea una maravilla del séptimo arte, pero el modo en que se analiza (la falta de "espacio para la imaginación"), es como poco una hipérbole. Es un hecho que los ritmos narrativos extremadamente rápidos y los fuegos artificiales abundan en las producciones de la industria de la cultura. Sin duda, toda esta parafernalia es el aderezo que envuelve los pobres productos de esta industria, pero con los actuales medios de reproducción y distribución, la forma de contar historias cambia. Para bien o mal, estos ritmos conviven con otras formas de narrar. El ritmo frenético no se puede parar en el cine y posiblemente, ese es el contrapunto romántico a lo que pasa en casa con los reproductores y el cine en streaming. El humo que está envuelto en el frenesí se puede parar para dejar al descubierto lo que tenga en sus entrañas el filme. La interacción es posible incluso con el ritmo más absurdo que se nos presente. Es más, es posible un diálogo entre los espectadores reunidos, puesto que el ritmo ahora está en manos del propio espectador, que controla el aparato que reproduce. El fenómeno del home cinema es una jugada de la industria para vender reproductores caseros, sí, pero al mismo tiempo induce una nueva forma de hacer y ver que pone el énfasis en el manejo libre del tiempo por parte del espectador y en la posibilidad de la reproducción repetida. No tiene ningún fuste decir que la parafernalia en el cine es, per se, la muerte de la imaginación y de la interacción.
Tristemente, es innegable que el cine y otros productos culturales enormemente dependientes de la industria sigan pensándose como panfletos y sigan siendo una suerte de espejo del propio estilo de vida; funcionando como un reality en el que todo va como esperábamos, y nada pasa. En última instancia, este espejo nos recuerda qué clase de nicho social ocupamos. Son control e identidad: Nerd, rockero, cani, punky, ecologista, "cultureta", hipster, revolucionario, jugador de golf, amante de las fotos... Sin embargo, es curioso cómo en todo este torbellino algo nihilista se sucede el fenómeno de la reproducción a través de Internet. Porque a través de la red es posible revivificar lo que parecía bien catalogado, ordenado y domesticado. En Internet, la reproducción masiva de Walter Benjamin puede cobrar auténtico sentido. La masa, un concepto habitualmente entendido con fuertes connotaciones negativas, se habilita como un concepto antagónico al de oligarquía. En este caso, los oligarcas culturales tienen enfrente a la masa informe y mayormente libre de Internet. Es en la red de redes, un lugar en el que por definición es posible crear y difundir y donde es posible exponer sin vender, la industria de la cultura tiene una suerte de cortafuegos, puesto que es posible la creación y la difusión sin los recursos narrativos y expresivos que se explotan tradicionalmente por la industria, con la consiguiente incremento de la independencia creativa que todo ello arrastra.
De todos modos, se puede aducir que la irrupción de internet ha cogido a la industria por sorpresa y por tanto podemos suponer que su recién estrenado estómago digital está, por el momento, poco desarrollado, pero que será en el futuro un eficiente devorador. Las tesis de Adorno y Horckheimer son poderosas y persistentes porque donde aparece la reproducción masiva suele aparecer el poder de la industria y su tendencia a homogeneizar. E internet también es un negocio, una industria: twitter, itunes, facebook, blogger... Es necesaria una crítica más profunda y una forma distinta de entender la masa, o estaremos obligados a admitir que en el ácido estomacal de la industria cultural todo se iguala, sea una novela de vampiros vendida en la fnac o el post de un blog de noticia