miércoles, 24 de agosto de 2011
Brillantes martillazos II: George Orwell
miércoles, 17 de agosto de 2011
Tribus
lunes, 8 de agosto de 2011
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Lo sagrado en nuestro tiempo ha dejado las iglesias. Esta ha sido desplazada del mundo inmaterial de los cielos, los ángeles y los dones divinos, al universo tangible de los bienes materiales. Y aunque resulte cierto que aun exista una conexión entre lo sacro y una cierta región de valores, la tendencia es otra, en la cual es posible ver un culto creciente e ineludible a los frutos materiales. El desplazamiento, fruto en su mayor parte de los cambios a nivel ideológico que se fueron fraguando al hilo de la revolución francesa y que acabaron en el “desencantamiento del mundo” que señaló Max Weber, es para muchos, con independencia de su tendencia política o idiosincrasia, un cierto despertar que ata al hombre a la tierra y le aleja de felicitantes relatos de vidas futuras, para acercarlo a la vida presente, a la vida de las cosas. Pues bien, nos acabamos encontrado que esta doctrina se ha convertido ella misma en sagrada, y como tantas otras, lo que acaba haciendo es reforzar la envoltura y el tejido de nuestros productos culturales, dándoles la consistencia necesaria para perpetuarse. Parece se ha fraguado una fractura en el mundo de las ideas en la cual un concepto de origen mítico (y supuestamente irracional) como es el concepto de sagrado, abandona su medio natural y se asocia con el concepto de progreso, entendido como el mundo de la persecución de la felicidad por medio de un creciente progreso material. Estamos lejos de decir que dicha doctrina sea falsa sin más. Ahora bien, sin ser falsa no necesariamente debe constituir el summum bonum. Es más, el problema es posiblemente este: mientras alguna de nuestras creencias tenga ese carácter sacro, como puede ser la creencia ciega en Dios (o en el progreso, dicho sea incidentalmente), ella misma puede constituir nuestra propia cárcel. En la medida en que algo tiene el carácter de sacro, planea cerca el buitre que perseguirá todo lo que huela a herejía, todo lo que tenga un aire a “ lo otro”. Ese buitre no dejará ni los huesos de lo heterodoxo. Y ese buitre podemos ser todos.
Platón tuvo que lidiar con creencias sacras en su tiempo. Para ello, se valió de toda su fama e ingenio para realizar una suerte de protofeminismo en la androcéntrica y misógina sociedad griega. De no haber sido uno de los mejores retóricos de la historia y de no haber tenido la fama que tuvo, no me cabe duda que de las doctrinas de Platón al respecto no hubieran sobrevivido. Creo encontrarme en una situación parecida al referirme a internet y a sus productos, con el serio handicap de no tener ni una milmillonésima parte tanto de su fama como de su elegancia al escribir.
Los cambios sociopolíticos y materiales propiciaron un giro radical en la vida de las gentes y en sus formas de pensar, que explican el cambio en la forma de pensar lo sagrado. Lo sagrado se separó de las iglesias y vino a reforzar las nuevas doctrinas del cambio. En el siglo XXI, nada resultó tan revolucionario como la difusión a escala global de la tecnología que hace posible internet. Las virtudes de la red de redes son conocidas por todos. Los cambios que ella provoca se dejan notar, pero muchos (sobretodo que resultan incómodos) resultan complicados de ver. En esto su carácter sacro juega (no por casualidad) un importante papel. Que nadie me confunda prematuramente con un cínico: considero que en este caso el carácter sacro no llega caído del cielo, sino que es fruto de las ventajas que aporta. Ahora bien, como se ha dicho, lo sacro puede devenir en una trampa en la medida en que invalida toda crítica.
La violación de la intimidad es un tema oído hasta el hartazgo, y ese es uno de los cambios incómodos más visibles que trae Internet. Aun así, resulta paradójico cómo encontramos por un lado, el celo en la cuestión de la privacidad, mientras que por otro podría decirse que abrimos la veda en determinados momentos, llenos de fuertes tendencias gregarias. Me veo obligado a decir eso de: Domingo misa y lunes putas. Pero no es esta la clase de contradicción o incomodidad que persigo aquí. Al principio, Internet apareció como una herramienta para la comunicación y la información. Los libros de texto están plagados de simplezas de este tipo. Ahora bien, La pregunta que nadie parece hacerse en los libros es ¿qué tipo de comunicación? Asomarse por primera vez a Internet parece un cuento de hadas (y en cierta medida, afortunadamente a veces sigue siéndolo). La cantidad de información a la que es posible acceder no figuraba ni en los mejores sueños de los más optimistas intelectuales del pasado. Sin embargo, lo que ahora parece ser visto sólo por unos pocos intelectuales del presente se refiere a cómo la información sufre una tendencia doble que puede resultar antinómica. En primer lugar, la información se fragmenta y encapsula hasta el infinito. Prácticamente todo se puede encontrar, pero casi todo se reduce a flashes. El discurso (si es posible llamarlo así) hay que buscarlo con paciencia, porque el otro drama junto al de la ultrafragmentación es el del exceso. La cantidad de información es tal que parece uno encontrarse en un escaparate a rebosar en el que no es capaz de decidirse por nada. Y por si fuera poco, el escaparate no solo está a rebosar, sino que nada, absolutamente nada permanece ahí el suficiente tiempo como para convertirlo en aprovechable. La mutabilidad, la saturación y el flasheo son tales que la información deviene confusión. Al mismo tiempo, Internet ha hecho posible una democratización radical de la comunicación y la información. Todos pueden decir y todos dicen, sin ningún tipo de criterio ni mérito que medie. Se da una libertad de expresión “al por mayor” que, unida a la fragmentación, convierte la unidad básica de transmisión de información en unas pocas líneas o palabras, que terminan por convertir el discurso en un arcaico vestigio del pasado. El paso a unidades de comunicación cada vez más parcas es una realidad y da buena cuenta de lo que Internet puede esconder. Esto puede verse en el paso a mejor vida del software de conversación en tiempo real, dejando sitio a una nueva manera de “conversar” que termina por colmar la red de banalidades y acicalados recíprocos. En este ambiente, los términos “discurso”, “relación interpersonal” y “amigo” están sufriendo desagradables agravios.
Llegados a este punto, no nos preguntaremos qué hace cada uno con internet, sino qué hace internet con cada uno.